Una cena a cuatro manos : Hacemos la primera parte del viaje con una lluvia
que el parabrisas aparta sin esfuerzo. Cada canción que escuchamos, cada coche
que adelantamos, cada señal que vemos aparecer y desaparecer, nos van acercando
a la playa porque la distancia no solo hay que medirla en kilómetros, sino en
frases quedan por decir, en miradas al retrovisor pendientes, en canciones que esperan
a ser oídas. Solo nos detenemos en una gasolinera poco después de que deje de
llover. Junto al surtidor hay un grifo. Una vez que pago, me acerco a él y compruebo
que está bien cerrado porque es posible que sea así, evitando que gotee, como
asegure unos días sin más lluvia. En todo caso, qué más da. Poco después,
cuando empieza a oscurecer, con el cielo despejado, los mellizos se reparten los filetes
empanados y se los van comiendo con las manos. Dicen que la experiencia de
cenar así mientras el paisaje avanza es de diez.
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