De espaldas a la pantalla que nunca se
apaga : La del libro de Shaun Tan es una gran portada: un perro está subido
encima de una televisión que, a pesar de estar desenchufada, emite una imagen
distorsionada. Algo atrae su atención detrás de esa televisión por la que ha
perdido todo el interés, pero no sabemos qué puede ser porque no se nos muestra.
En el libro hay historias largas y
cortas. Es adaptable al cansancio con el que llegues a la hora del cuento, por
lo que se convierte en un comodín del que echar mano cuando sientes los brazos
de arena y pensar es como pedalear sin cadena. Pero, como ocurre con los
bombones de una caja, los cuentos más cortos y jugosos ya los he contado y solo
quedan historias que requieren un esfuerzo que no puedo hacer. Podría salir a
correr, pero me veo incapaz de saltar de una hoja repleta de palabras a otra:
este tipo de esfuerzo.
Pero Shaun Tan también ha previsto
una salida para casos de emergencia como éste. Daniel tumbado. Mi cabeza como
una sábana mecida por el viento. El tiempo que pasa. La solución la tengo
delante, en la historia condensada de ese perro subido en la televisión. Se la
enseño a Daniel y los dos repasamos cada detalle con una tranquila meticulosidad
que nos acaba convirtiendo en perros.
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