Medio rito de paso : Juega el Madrid
contra el Atleti (luego veremos que es al revés) en el Bernabéu y antes de que
empiece el partido y después de que caiga una tromba de agua capaz de
arrancarle el color a las cosas para llevárselo a las alcantarillas, Daniel y
yo buscamos una bufanda del Madrid que funcione como rito de paso: la primera
bufanda, el primer partido serio en el horario adulto de las diez de la noche.
Daniel tiene el extraño poder de
elegir una bufanda en el segundo puesto que vemos sabiendo que es la que más le
va a gustar. Como hay tiempo y los ritos de paso tienen su liturgia, le animo a
que recorramos unos cuantos más para ver si encuentra una mejor. Su buen humor
es la correa que tira de mí de uno a otro, donde vemos más bufandas expuestas
como pieles de serpientes. La oferta no varía y cuando los alrededores del
estadio comienzan a llenarse de madridistas confiados, como yo, volvemos al
puesto de la bufanda perfecta y pago diez euros por ella y otros diez por otra
rosa para Lucía.
Levanta la bufanda con las dos
manos y le hago una foto con el escudo iluminado del Madrid detrás. Sale
sonriente y contento porque con nueve años los dos adjetivos suelen ir juntos.
Entonces tengo la duda de si he hecho bien en contarle que aquí las derrotas
del Atleti se suceden como los chorizos en una ristra y que, básicamente, aquí
venimos a comer y salir con la tripa
llena de goles. Un madridista racional, un padre ejemplar, habría incluido en
la fabulosa narración blanca esa página negra de la final de Copa, por si
acaso. Pero uno se hace madridista y se rodea de los suyos para saltarte esos
por si acaso y creerse que en la ruleta de estos partidos todo es blanco.
Luego resulta que las cosas cambian
y que el Atleti, con una ordenada estrategia de cuaderno de caligrafía, saca
adelante un partido en el que el Madrid solo da una lección : once tíos juntos
no hacen equipo. Daniel no tarda en aburrirse de lo que ve y de los insultos
que escucha. Me pregunta si me importaría que nos fuéramos en el descanso justo
antes de que yo le haga la misma pregunta. Seguir aquí no tiene sentido porque
éste es de los partidos que empiezan por el final, dándote en los primeros
minutos las claves del asesinato: quién, por qué, cuándo y para qué.
Nos marchamos cuando termina la
primera parte, caminando por esa línea imaginara del partido que al doblar nos
daría dos partes exactas. Nunca he hecho esto antes y me parece una gran
experiencia que compartir con Daniel. Concha Espina, La Castellana, el metro de
Santiago Bernabéu para nosotros dos. La derrota tiene estas recompensas y, por
lo que se ve, vamos a disfrutarlas bastante a menudo.
Lo único que me molesta es que el
recuerdo de estas bufandas no vaya unido a una gran victoria, como un párrafo
brutal y definitivo capaz de marcar él solo el tono de una historia de tres mil
páginas. En vez de eso, en la cabeza nos aletean unas cuantas imágenes del
partido sin mucho peso que acabarán desvaneciéndose. Una pena.
O tal vez no. Llegamos a tiempo
para ver a una entrevista a Butragueño en la televisión. Habla tan bajo que
para intuir lo que dicen sus labios quitamos el volumen. Se le ve seguro,
confiado, como si este resultado fuera parte de una estrategia a largo plazo
que los madridistas de a pie somos incapaces de adivinar. Quizás, pienso, sea
un plan en el que, llevando al colchonero de la alegría a la derrota y de la
derrota a la alegría, como quien salta de la sauna a un jardín nevado, se
busque su colapso físico y mental para acabar atrayéndolo al cálido refugio
madridista, acabando así con esta eterna lucha de vecinos. Según esta teoría,
la siguiente será una victoria rotunda como la pisada de un elefante en un
hormiguero para poner de nuevo todo en su sitio. Siendo así, éstas serían las
bufandas que compramos el día que el Atleti ganó antes de volver a su
oscuridad, como el agua de la tarde a la alcantarilla, y acabar desapareciendo.
Bueno, así, sí.
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