Un museo de
nosotros mismos : Con la lluvia, la casa se llena de perchas con ropa,
convirtiendo los cuartos en un museo de nosotros mismos en el que solo falta
añadir una breve descripción y una fecha a cada una de las prendas. Durante el
tiempo en el que se secan, adquieren esa tristeza administrativa de las cosas
que no van a volver a usarse, a las que se les da la vuelta para mostrar todos
sus detalles en el gesto definitivo de lo que se cae y nadie recoge.
La seguridad de que es algo momentáneo
me permite detenerme sin riesgos en esa sensación de cierre y de ausencia de
tiempo, idéntica a la que queda dentro de la vitrina de cualquier exposición,
sabiendo que no me va a hacer daño. Puedo jugar a encontrar ese borde afilado
que oculta cada objeto que estaba esperando ser utilizarlo otra vez y acariciarlo
sin cortarme.
De ese precipicio (que nadie volviera
a ponerse las prendas) puedo alejarme dando un par de pasos atrás porque toda esta
instalación es temporal. Una parada en el trayecto que llevará todas estas
prendas a los cajones, al prólogo de cada día.
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