Una descarga en el pecho : Entre las
cosas que necesito para empezar el día están el zumo de naranja, el café, y los
post o columnas de Jabois, Montano, Ruiz Quintano, Gistau, Tongoy, Marchante, Malherido,
Salvación, Suñén, Cristian Campos o Bustos. Hasta que no los termino, y puede
que para el último de ellos solo encuentre un hueco antes de irme a dormir, no
puedo dar por comenzada la jornada porque, si no, mi cerebro no se pone a tono
y ando desafinado.
Queda algo que añadir a la lista anterior:
ver a los niños correr hacia las clases cuando abren las puertas del colegio.
Una imagen que se repite todos los días y que es una pequeña descarga aplicada
en el pecho del optimismo, ese auténtico Frankestein que hay que construir día
a día con lo que se va encontrando. La excusa oficial de que tantos padres
estemos a las puertas del colegio es que vamos a dejar a nuestros hijos, pero
ahí no acaba todo. Yo mismo, cuando ya no haga falta en esa puerta, es bastante
probable que me acerque solo para mirar. Para sentir la corriente.
Es un buen contraste enfrentar la
escena de los niños corriendo con el caminar lento de los que cruzan por el
paso de cebra camino del trabajo. Algunos incluso parecen ir hacia atrás, como
si ejecutaran su particular moonwalk laboral. Esa diferencia es la prueba de
que en algunas cosas (solo las importantes), como la forma de enfrentarnos al
día, no hemos sabido mantener aquel ánimo que teníamos de pequeños. En ciertos
temas se alcanza la plenitud con nueve años.
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