El exoesqueleto
del artista : Con todos los programas de Punset que he visto, sólo recuerdo su
anuncio del pan de molde y una reflexión sobre el endoesqueleto y el
exoesqueleto que quizás venga de un libro suyo: el primero es el que viste por
dentro (el nuestro) y el segundo el que se lleva por fuera (los cangrejos).
Todavía no había encontrado dónde
compartir este conocimiento, información meramente narrativa, hasta que la
experiencia hoy lo ha convertido en algo más rico y expresivo (sugiriéndome así
que el sujeto de esa información era yo mismo). Ese cambio se produce viendo en
Burgos el espectáculo que David Dimitri realiza en su propia carpa. Como ya han
hecho también los Kikolas, Dimitri pertenece a esa clase de artistas que
levanta su exoesqueleto para ser así algo menos vulnerable a los vaivenes
económicos del exterior. Lo que en el caso del circo era tradición, ahora es
necesidad.
Pero esa estrategia funciona si
dentro, claro, hay algo que proteger, y en este caso no hay duda de que es así.
Dimitri hace en sus números lo que gente como Nicholson Baker con la literatura:
pegarse a la realidad. Por eso no es raro que la pista al entrar tenga cierto
aire de trastero, con objetos que, ahí tirados, parezcan sugerir que, más que a
un espectáculo de circo, vas a acudir a un mercadillo. Un acordeón. Un plinton
disfrazado de caballo. Una cinta de correr.
Dimitri se sirve de todos ellos
para hacer números que has visto mil veces antes, pero nunca con ese estilo con
el que él los ejecuta. Eso es lo fascinante. Si con gente como Dynamo cambias
de canal al ver repetido un truco que conoces, lo que te engancha con Dimitri
es todo lo contrario. Lo que quieres es que ejecute esas tareas cotidianas (como
la de ponerte unos calcetines de pie o correr en una cinta) para verlas con un
estilo distinto, para descubrir que no son los objetos los que se agotan, sino tu
forma de tratar con ellos.
Para lograr eso, Dimitri desarrolla
cierta ingenuidad con los objetos que proviene, como ocurría con gente como
Harold Lloyd o Buster Keaton, del dominio que tiene sobre su cuerpo en el
terreno físico y expresivo. No es alguien que pretenda tapar limitaciones con
esa inocencia en blanco y negro, sino un artista que regresa a estos números
después de haber hecho todo el camino para que tú los veas de otra forma, con
más posibilidades : igual que tu madre cuando le daba la vuelta al pollo y te
enseñaba dónde te habías dejado un buen trozo.
La euforia que queda después del
espectáculo es una prueba de que su trabajo funciona. Y los que quieran pueden
crearle, incluso, una propuesta narrativa a todo el número: la evolución de ese
hombre que empieza corriendo sobre una cinta, sin una meta, y acaba abandonando
todo eso debajo de él cuando al final se marcha sobre una cuerda a varios
metros de altura. Supongo que Punset también diría algo de todo esto.
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