El último lector de periódicos : En un
banco de Fuencarral está sentado un anciano con un traje perfectamente planchado
que es un reconocimiento a la parte más elegante de la fiesta. Sostiene el
periódico con cuidado y lo lee como si estuviera eliminando cualquier pliegue
de las palabras. La parte positiva de que decaiga el número de lectores de
periódicos es que aumenta la calidad de los que siguen comprándolos.
Frente a él, los niños aprovechan
que la calle está cortada para subirla y bajarla practicando con los patines.
Ejercicios de equilibrio bajo un sol que ilumina todo sin calor. Hay cierta
urgencia por hacer las cosas más despacio. Las conversaciones también tratan de
mantener el equilibrio con unas pocas palabras mientras los niños se toman su
tiempo en caerse. En el fondo, la tranquilidad de saber que nada de lo que se
hace se acumula.
El hombre lee con cierta exigencia
académica, como si todos los periódicos que ha leído en su vida estuvieran
examinando a éste que tiene delante. Se toma el tiempo necesario: no hay
excepciones. Debe tener unos ochenta años y lo que le mantiene erguido es una cultura
que al final se ha quedado en lo firme, en lo esencial.
También nosotros podríamos haber
traído los patines. O no. Basta con estar aquí.
Pasado un rato, el anciano se
levanta y comienza a caminar muy despacio. Lleva el periódico perfectamente doblado:
si al pasar junto al quiosco lo dejara encima de una pila, nadie notaría la
diferencia.
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