Dos platos con nuestros nombres : “Blue
Jasmine”, de Woody Allen, no nos gusta. El mundo de los ricos que aparece es el
que yo describiría si conocerlo. Lo mismo con el de los trabajadores. Y la
historia tiene encuentros que solo pueden darse en el folio de un guión. Es, en
fin, ese capítulo flojo que tiene toda serie en una buena temporada.
No importa. Antes usábamos el sábado
para entrar en una película de Woody Allen. Ahora es al revés. Se convierte en
la excusa para tratar de integrarnos en la noche del sábado. No estamos muy
seguros de cómo nos va a ir porque hace bastante tiempo que no salimos los dos
al cine y a tomar algo. Sabemos qué hay que hacer pero no los pasos apropiados
para alcanzar esa despreocupación que teníamos antes : tal vez nos movamos pero
no sepamos alejarnos, que es lo que necesitamos.
Damos un par de vueltas alrededor
de los Verdi sin mucha fe. Y es justo cuando pensamos en callejear por otra
zona cuando nos encontramos con un coche que nos dejar el sitio perfecto.
Amplio y frente a la entrada del cine. Nadie va a tener tanta suerte esta noche.
Basta con una maniobra para dejarlo aparcado.
Es como descubrir que el sábado ha
conservado dos cubiertos listos para nosotros en una mesa repleta. Dos sillas
que nadie ocupaba. Dos etiquetas encima de los platos.
Es esa sensación la que levanta la
noche, la que nos acompaña cuando tomamos unas patatas con boquerones en Casa
Paulino, cuando paseamos por unas calles abandonadas por la huelga de basura,
cuando, a la entrada de los cines, pasamos junto a Manuel Vicent, charlando con
sus colegas, cuando salimos del cine poco convencidos, cuando regresamos por La
Castellana sumergido en un tráfico sin prisas, de coches con música en la
radio.
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