Llevamos en la
cartera el capítulo de una gran obra : Una narración de nuestra vida es la que
van haciendo los apuntes en la cuenta. Quizás por eso me cuesta tanto tirar los
recibos, porque en ellos hay algo que no termino de ver y al arrojarlos a la
basura hago lo mismo con una parte de mí. Si al terminar de pagar a la cajera,
una gitana se ofreciera a leerlos y a interpretarlos, la pagaría con gusto
porque antes de entender el futuro, conviene ir con el presente un poco
entendido.
Nos falta una gran obra que nos
enseñe a hacer ese ejercicio, construida con todos los tickets que se van
acumulando en la cartera como esquelas de los billetes, como marcapáginas en un
libro que no avanza, entre las cartas que se escriben las empresas a través de
ti, en una caja que no habíamos comprado con esa idea, en un cajón con los
cables de aparatos que ya no tenemos; entre los manteles de la cocina, en el
cuenco de las llaves y las monedas de dos céntimos que crecen por sí mismas y
en el carro que coges para hacer la compra.
Al llegar a casa hoy, me encuentro
ese carro de la compra junto al ascensor. Es caprichoso y aparece cuando él
quiere, no cuando tú lo necesitas. Meto la llave en el ascensor y espero. No sé
si la proximidad de un carro grande vacío da buena suerte o no. Me inclino por
lo primero. Le pediría que me esperara ahí hasta el sábado por la mañana, que
es cuando voy a necesitarlo, pero sé que no puede prometerme nada porque va a
su aire. Hace bien.
Un carro vacío también sirve para
darle sentido a tu vida. No un sentido amplio que justifique la existencia, que
mucho sentido es ése. Algo más a corto plazo, adaptado al día: te has levantado
para poder llenarlo el sábado. No está mal. Como el ascensor tarda, de lo de la
compra y el sentido, paso a pensar en lo de los recibos. Nos vamos
deshilachando en esos apuntes.
Sigo cansado: esa gran obra
tendrá que esperar hasta mañana.
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