La modelo de piel de plata : Mi relación
con la fotografía se convertiría en enfermedad si tuviera una gata como “Silver”,
que se pasea por la casa de sus dueños como si sus pasos amasaran la tarde del
viernes. Mientras en unas mesas se prepara una cena yo
persigo a la gata por el salón. Parece estar posando todo el tiempo, haga lo
que haga, por lo que si la fotografía sale mal la culpa es solo mía. Pero hoy,
quizás porque ya el día no nos va a pedir más, el porcentaje de fotos que me
gusta es superior a la media: por eso sé que con un gato la afición pasaría a
costumbre patológica. Es mejor tener con ella la relación de un tío con su
sobrina, puntual, dejando que sean sus padres los que se ocupen el resto del
tiempo.
Del otro lado del amplio salón, en el que el espacio se expone como siempre que se ocupa solo con los objetos imprescindibles, me avisan de
que la cena está lista. Sigo con la gata y las fotos. Que van a empezar. Unas
cuantas fotos más. Que esperan a que vaya para abrir el vino. Y al escuchar
esto, la gata salta de la silla para dejarme el camino libre hacia el
sacacorchos.
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