El salón del gran baile : No tengo
suficiente entidad metafísica como para convertirme en escarabajo. A lo más que
llego es a transformarme en polilla cada vez que me acerco al edificio de Mc
Donald´s que tenemos cerca de casa, atraído por la luz que sale por las
ventanas y la que adorna las paredes. Parece que siempre estuvieran listos para
recibir a alguien que celebrara su cumpleaños.
Lo mejor es ir entre semana, de
noche, con la cancha de baloncesto vacía y un par de coches en el aparcamiento,
y disfrutar del contraste sin pensar en nada. Solo el contraste entre el frío
de fuera y el calor de dentro, entre la oscuridad de fuera y la luz de dentro.
Así de simple. Dentro. Fuera. En cuanto las ideas quieran adornarse un poco
para empezar a divagar sobre la soledad, la extrañeza y los lugares de paso, se
les pega una patada en el estómago para que vuelvan a la simplicidad del
contraste básico. Dentro. Fuera.
Hay que quedarse en ese nivel.
Fuera, hambre; dentro, comida. Así que salgo del coche y voy andando por el
aparcamiento. El local está iluminado como si se estuviera rondando uno de los
bailes de “El Gatopardo”. Cuando entro, solo veo una pareja en una mesa,
cogiéndose las manos como si trataran temas fundamentales sobre su vida. Mal.
Los dependientes, sin embargo, bromean. Bien. Les veo tan de buen humor que por
un momento me entran ganas de decirles que es mi cumpleaños. Y el suyo también.
Sí que hay luz aquí para una polilla como yo: voy a llenarme los bolsillos.
Sí que hay luz aquí para una polilla como yo: voy a llenarme los bolsillos.
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