Un cuentacuentos de guardia : Cuando el
repartidor me entrega las pizzas, las noto frías. En noviembre, el retraso es
el doble de evidente que en julio. Tengo la propina en la mano y en el salón a
dos niñas a las que, después de una hora esperando, ya se les ha ido el hambre.
No sé qué hacer con la propina, ese pellizco de monedas. El repartidor se
disculpa.
Recuerdo entonces una frase de “Lavender”,
de Marillion, un tema que seguirá siempre vivo por ese solo de guitarra de
Steve Rothery. “A penny for your thoughts my dear”
La pizzería no está lejos. Si
hubiera venido andando, habría llegado antes, y es esa proximidad la que hace
que en el gesto del repartidor, que parece a punto de decir algo que finalmente
se calla, haya una historia. Que no se arranque quiere decir que su excusa no
tiene ningún interés, que a él mismo le parece aburrida o demasiado habitual.
Se me ocurre que, para estos casos,
los de recursos humanos deberían haber contratado a un cuentacuentos
profesional que, antes de llamar a la puerta de un cliente con las pizzas
frías, les ofreciera a los repartidores una historia original que pudieran narrar. Algo bueno con fuerza
que les animara a decir :
-Qué penny ni qué leches. Déjeme
que les cuente a esas niñas sin hambre lo que me ha pasado que seguro que mi
historia les va a poner en marcha el estómago de nuevo. Que apaguen la tele,
que me arranco.
Le doy la propina aunque sé que hay
quien con razón me lo reprocharía, diciendo que si se premia la entrega de una
pizza fría, no estás reconociendo al que se esfuerza por entregarla a tiempo.
Pero mejor argumento es el de saber que uno y otro seguramente tengan unos
sueldos de mierda.
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