viernes, 15 de noviembre de 2013

Un cuentacuentos de guardia




Un cuentacuentos de guardia : Cuando el repartidor me entrega las pizzas, las noto frías. En noviembre, el retraso es el doble de evidente que en julio. Tengo la propina en la mano y en el salón a dos niñas a las que, después de una hora esperando, ya se les ha ido el hambre. No sé qué hacer con la propina, ese pellizco de monedas. El repartidor se disculpa.

Recuerdo entonces una frase de “Lavender”, de Marillion, un tema que seguirá siempre vivo por ese solo de guitarra de Steve Rothery. “A penny for your thoughts my dear”

La pizzería no está lejos. Si hubiera venido andando, habría llegado antes, y es esa proximidad la que hace que en el gesto del repartidor, que parece a punto de decir algo que finalmente se calla, haya una historia. Que no se arranque quiere decir que su excusa no tiene ningún interés, que a él mismo le parece aburrida o demasiado habitual.

Se me ocurre que, para estos casos, los de recursos humanos deberían haber contratado a un cuentacuentos profesional que, antes de llamar a la puerta de un cliente con las pizzas frías, les ofreciera a los repartidores una historia original  que pudieran narrar. Algo bueno con fuerza que les animara a decir :

-Qué penny ni qué leches. Déjeme que les cuente a esas niñas sin hambre lo que me ha pasado que seguro que mi historia les va a poner en marcha el estómago de nuevo. Que apaguen la tele, que me arranco.

Le doy la propina aunque sé que hay quien con razón me lo reprocharía, diciendo que si se premia la entrega de una pizza fría, no estás reconociendo al que se esfuerza por entregarla a tiempo. Pero mejor argumento es el de saber que uno y otro seguramente tengan unos sueldos de mierda.

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