Un indulto en el último instante : Ante
la duda de qué objeto guardar, hay dos caminos : desprenderse de todos directamente
o valorar cada uno para acabar tirándolos con la sospecha de que
entre los papeles que se arrojan a la basura haya un décimo premiado. Quizás ese
impulso a conservar algo venga de cuando la vida se quedaba pegada a ellos
frente a esta existencia líquida, como la definen algunos, que se acaba
convirtiendo en unas gotas que terminan cayéndose de cualquier superficie. Todo
se queda en nada, así que ¿para qué?
Pero. La jeringuilla de plástico
con la que les damos las dosis cuando se encuentran mal.
Pero. Ese abrigo de mi padre que
llevo en el maletero y que en el último momento salvé del punto limpio. No le
recuerdo con él y a mí me queda realmente mal. Pero hubo un día en el que se levantó
con la idea de comprarse uno. O quizás lo vio en un escaparate y se decidió.
Pensando en mi padre, pienso que sería lo primero. Así que entró en una tienda,
tal vez con mi madre, y entre los dos decidieron que ese abrigo le sentaba
bien. No resulta raro suponer que salió con el puesto y que verse con algo
nuevo que le favorecía le puso de buen humor. Un buen humor que debía regresar
a él las siguientes veces que se lo puso hasta que acabó convertido en rutina.
Si no lo tiro es, sobre todo, por no rendirme a esa facilidad con la que nos
desprendemos de esas historias, aunque sean imaginadas.
La jeringuilla tiene las marcas ya
algo desgastadas, así que damos las dosis un poco a ojo. Muchas veces de noche,
con la luz del cuarto de baño encendida y el resto de la casa durmiendo.
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