En eterna órbita :
Antes de ver “Gravity” me paso por el baño porque conviene subir al espacio
preparado. Recorro un pasillo muy, muy largo hasta dar con él, como si los
arquitectos hubieran querido separar lo más posible el mundo fisiológico y real
del de las historias y la imaginación. Por mí vale, aquí va mi reconocimiento, pero
éste no es un pasillo para gente que aguante poco: si vienes con prisa estoy
seguro de que cada paso que des te alejará más, mientras que yo, tranquilo y
despreocupado, llego a mi destino sin problemas.
El lavabo tiene un aire espacial
que me gusta. Entro en situación antes ya de que se apaguen las luces de la
sala, lo que me va a venir bien para centrarme. Las críticas de “Gravity” están
tan enfrentadas que no solo voy a tener que salir diciendo si me ha gustado o
no, sino que me voy a ver obligado a justificar mi opinión con argumentos más o menos objetivos. Habrá que pensar un
poco.
Habrá que pensar un poco, pero sé
que no daré en el blanco porque mi interpretación de las películas es tan
particular que nunca coincide con la oficial de los críticos. Oigo el ruido
raro, como los demás, pero mientras ellos abren el capó y localizan la avería
sin problemas, yo estoy en el maletero, a lo mío, rebuscando entre lo que me
encuentro ahí. No soy la persona adecuada para explicar de qué van las cosas. Digamos
que me dedico a flotar alrededor de ellas.
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