En el trece, la felicidad : En el
Restaurante “El Risón”, en Castropol, nos sirven una zamburiñas que admiramos antes
de empezar. Llevamos un rato disfrutando de la vista de la ría desde nuestra
mesa, así que cuando empiezan a traer la comida nuestro primer impulso es
mirarla. Al fijarme en las ondulaciones de las conchas de las zamburiñas pienso
en esas señales de admiración con las que Keith Haring rodeaba muchos de sus
dibujos. Cuando las probamos, descubrimos que esas exclamaciones están bien
justificadas. La Naturaleza sabe lo que se hace.
Es una gran comida de la que
salimos con buen humor. Gracias a ella, el pueblo que vemos ahora no tiene nada
que ver con el que hemos visto antes. Nos vamos fijando en los detalles como si
para mostrar su valor solo hiciera falta haber compartido un “Condado de
Sequeiras” y un guiso de la casa y unos fritos de rape y unos tacos de pollo y
un tocinillo del cielo y dos cortados.
En ese paseo hacia el coche, me encuentro con la fachada de “Villa felicidad”. Me digo que toda la gente que la está
buscando no sospecha que se encuentra justo aquí, en Castropol. No es que esté
escondida, pero hay que ir pendiente. Pendiente después de haber compartido una
gran comida. No es una casa especialmente llamativa: el cartel con su nombre es
pequeño y, además, se encuentra en el número trece de la calle. A todo esto hay
que añadir un anuncio en una de sus ventanas que indica que se trata de una
propiedad privada.
Tantas señales negativas rebajan la
ilusión de haber dado con una casa así, como si ella hubiera perdido la fe en
sí misma. Pero todo es cuestión de expectativas. Quizás una vez que se entre
haya puesta una mesa con unas zamburiñas y una amplia vista sobre la ría.
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