Esos puntos suspensivos : Las vendedoras se mueven rápidamente detrás de las
cajas con los pescados. Llevan redecillas en el pelo y guantes azules. Tan
pronto terminan con un cliente, presionan un botón, gritan el nuevo número y el
afortunado responde levantando su tique como si le acabara de tocar un premio
en esta feria. Mi amigo actúa igual cuando llega su turno. Hasta este momento
hemos ido viendo la mercancía, disfrutando del olor, la variedad y la frescura
de lo expuesto. En una esquina está la caja con las gambas rojas a 99 euros el
kilo. No hace falta gastarse tanto. Mi amigo pide unos voladores y mientras una
mujer mayor los pesa, él le explica cómo va a prepararlos, dejando unos puntos
suspensivos después de los dos primeros pasos. Hay que haber practicado mucho
para soltar esos puntos así. La gente sigue esperando en este pequeño local
junto a la lonja pero la mujer ha escuchado el sonido de esos puntos
suspensivos, moviéndose por la mesa de billar de la conversación, y en un instante
decide terminar la jugada propuesta. Sí, ese arranque está bien para preparar
los voladores, pero además es bueno que pique esto, que desmenuce lo otro, que
sofría aquello, que deje reposar el conjunto. Para explicarlo, ha dejado de
trabajar. Mueve mucho las manos y mira a los ojos. Mi amigo lo repite todo para
demostrarle que no se le va a pasar nada por alto. Ella asiente. Las demás
siguen gritando los números. Ella asiente otra vez y vuelve al trabajo más
convencida, como si todos sus gestos hubieran ganado sentido. El precio final debería
ajustarse para premiar estas recetas que van a mimar la compra.
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