La cuarta invasión vikinga de Foz : Con
una puntualidad típicamente nórdica, y cumpliendo lo que habían anunciado, los
normandos (también conocidos como vikingos), se presentan en el puerto de Foz a
las dos menos cuarto dispuestos a invadir la ciudad. Cuentan con cinco barcos
distintos, uno de los cuales ha tenido que ser remolcado por una lancha, en lo
que supone una flota claramente insuficiente para lograr los fines de saqueo y
destrucción que se les supone. Los propios vikingos, por lo que se deduce del
comportamiento un tanto errático de las naves en lo que hacen tiempo, parecen
haber hecho anoche algunas incursiones de incognito a determinados locales de
la zona para motivarse, lo que rebaja claramente su capacidad de lucha y la
agudeza de sus sentidos: los previsibles gritos de fuerza se han convertido en canciones
y carcajadas festivas que no anuncian nada bueno.
Pero hay que entenderlos. Tienen en
contra a la propia historia, que certifica en diversos libros su fracaso, y los
resultados fallidos de los intentos anteriores celebrados estos tres últimos
años frente a cientos de turistas como testigos. No hay motivos para suponer
que este año las cosas vayan a cambiar. Sin embargo, como madridista, yo me
pongo del lado de cualquier empresa que ponga en marcha un vikingo, hable la
lengua que hable, disponga de los medios que disponga y lleve en vena el
alcohol que lleve. De entrada ya cuentan con mi apoyo aunque en Foz las
apuestas a favor de su victoria se paguen cien a uno.
Mi ánimo va con ellos hasta que,
llegado el momento de asalto definitivo, anunciado en gallego por los
altavoces, para evitar cualquier efecto sorpresa, los barcos dejan caer unas
velas rojiblancas que me desconciertan. Apenas han pasado unas horas desde la
derrota en el Calderón y ese recuerdo enfría mis ánimos y me deja
desconcertado. Esperaba ver unas velas blancas, inmaculadas, y desafiantes
desplegadas como símbolo del poder de las copas de Europa, no esta clara rendición
que sugiere que entre las tropas vikingas hay topos o faltan ideas claras. Como
no tengo el programa de mano, no sé qué entrenador está al frente hoy de la
invasión, pero me temo que será de la escuela de Del Bosque, por lo que, al
desembarcar en tierra, es posible que a los vikingos se les haya pedido que
entreguen caramelos a los chavales del pueblo y se quiten el caso frente a las
señoras.
Mala cosa, me digo. Y como todo
está repleto de gente, tengo que seguir el desembarco por la narración del comentarista
gallego, que no deja de traer malas noticias. Ya desde que ponemos el pie en la
playa todo empieza a ir mal y, por lo que se intuye, no logramos que ninguna
jugada nos salga bien. En todas se nos adelantan los lugareños, que tienen a
favor el factor campo, y en veinte minutos no solo logran imponerse en un mano
a mano con el mejor de los nuestros, sino que, cuando llega el cuerpo a cuerpo
no llegamos ni a ver portería. Bastan veinte minutos para que la historia
vuelva a repetirse y los vikingos tengan que marcharse sin la posibilidad de
levantar el marcador en la prórroga.
Una vez dispersa la muchedumbre por
los restaurantes de la zona, veo que en la playa quedan tres barcos vikingos,
uno de ellos hundido. La derrota es más dolorosa porque esta vez no tendré a
mano la crónica de un Jabois que logre curar las heridas.
Ya por la ciudad veo a varios de
esos vikingos con una copa en la mano, marcando una tendencia que después han
seguido algunos ilustres jugadores. Como si la derrota no fuera con ellos. Y si
no va con ellos, ¿por qué voy yo a tomármelo a la tremenda?. Entramos en un
restaurante, pedimos unos pimientos rellenos y abrimos un Briego del 2009 con
el que desaparecen las dudas : si me dejan a mí dirigir la táctica el año que
viene, nos hacemos con esta playa sin problemas.
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