Sandwich en palacio : Hemos cambiado el
plan de un restaurante por unos sándwiches en una estación de servicio. No nos
arrepentimos. El continuo movimiento de los coches al otro lado del cristal
enmarca la tranquilidad con la que comemos, dándole un toque de lujo al
escenario : una mesa pequeña con los envases de los sándwiches, unas bolsas de
patatas fritas abiertas, dos botellas de agua.
El empleado que nos ha cobrado,
metiendo él mismo todos los artículos en una bolsa, mira hacia nuestra mesa
regularmente. Esa vigilancia me incomoda al principio y me hace buscar algo que
estemos haciendo mal. Cuando vaciamos la primera bolsa de patatas viene a por
ella y se la lleva con una elegancia que añade al sitio unas paredes de piedra,
unos cuadros con los retratos de los antepasados y, al fondo, un fuego recién
encendido. Repite la misma acción con cada envoltorio que vamos dejando en la
mesa.
Antes de marcharnos pasamos por el
servicio. No huele a nada. Las dos máquinas de aire caliente funcionan. De una
ventana cae un cuadrado de luz con solemnidad de palacio.
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