Al descubierto : Vamos a cenar a casa
de unos amigos que tienen una hija de la edad de los mellizos. Mientras los
niños juegan, los anfitriones, en una mesa pequeña que tienen en el salón, colocan
unos vasos, unas aceitunas y unos palitos de queso.
Creo que lo de la mesa pequeña es
para poder deshacerse de las visitas incómodas o aburridas cuando en los
cuencos sólo queden los huesos de las aceitunas. Si no estás en el grupo de los
invitados que temen verse pronto en el pasillo, la mesa tiene su encanto porque
siempre suelen abrir botellas especiales, de las que Napoleón guardaba para
festejar Waterloo, con la naturalidad del que le corta la esquina al Don Simón
que saca de la bolsa de plástico: el contraste entre la línea dinástica de la
botella y el tamaño de la mesa sirve para ponerle dimensiones a la amistad. Al abrir la botella esperan nuestros comentarios como si fuéramos los intérpretes
apropiados para cada vino. Improviso entonces algunas palabras con una
vehemencia algo tramposa que se va desvaneciendo copa tras copa hasta que al
final me rindo a lo evidente y suelto un “está rico” que me deja en mi
verdadero nivel de sumiller pero con la conciencia tranquila.
Hoy el rito se inicia con una
inesperada cata de cervezas porque el que controlaba los pedidos por Internet
no tenía su día y donde ponía seis latas cargó en el camión seis packs, como si
hubiera leído el nombre de un colega al que darle una buena sorpresa. La cocina
está repleta de latas y cualquier excusa es buena para darles salida, lo que
explica esa alegría compartida que hemos notado en la gente con la que nos
hemos cruzado al traspasar el portal. Ahora nos toca a nosotros.
Los niños, mientras tanto, empiezan
a jugar en el salón, extendiendo en el suelo una tela repleta de dibujos. El
juego consiste en encontrar la figura que les toca en una carta. Lo bueno de
crecer es que has dejado detrás juegos así y puedes dedicarte a charlar y a
beber.
No sé si Napoleón bebía cerveza,
pero me quiero imaginar que sí, así que le doy a cada sorbo el ceremonial que
merece. Como no soy bebedor de cervezas, no sé controlar cuánto queda en cada
lata, por lo que me las voy sirviendo con una alegría que los anfitriones interpretan
como sed.
En cada paseo hacia la cocina mi impresión
del juego de los niños va variando. Al principio me parecía una tontería.
Después también. Pero tras la primera andanada en honor a Napoleón las cosas
empiezan a cambiar y cada vez que paso al lado, llevando algún plato vacío a la
cocina, me quedo mirando las figuras en silencio hasta que alguna me hace
gracia. Poco a poco todas las figuras me parecen muy divertidas y las voy
señalando con un entusiasmo un poco fuera de lugar.
Terminadas las cervezas, empezamos
con el vino, esta vez del lote de alguna boda real. Como las cosas están como
están, mi comentario empieza por el final y me quedo en el elocuente “muy
rico”. La conversación ya ha adquirido inercia y es ella la que nos lleva a
nosotros, lo que es un placer.
Es entonces, en una visita más a la
cocina, cuando tengo la sensación de que esa tela es una representación
bastante aproximada de lo que tengo en la cabeza. Tantas cosas. Tan
desordenadas. Vista una a una son divertidas, pero en conjunto provocan cierta
angustia, como si de ese conjunto no pudiera salir nada bueno. Vaya. Me parece
un poco impúdico que ese desorden quede a la vista en un piso tan ordenado. Me
siento descubierto.
Quizás sea el momento de aprovechar
para desinfectarme la cabeza un poco y empezar a poner orden. Eso es. Por eso,
me digo, estoy aquí, por eso los niños están jugando a esto. Nada sucede por
casualidad. Todo lo que sube, baja. Aquí paz y después gloria. Tengo la
revelación de lo que debo hacer : coger esa tela y mandársela a algún psiquiatra
con el cuidado del forense que envía la prueba de un asesinato al laboratorio.
Sólo necesito una bolsa, unas pinzas y un psiquiatra. Divide y vencerás. Se
coge antes a un mentiroso que a un cojo. Hasta el cuarenta de Mayo no te
quietes el sayo. Mi cabeza rebosa lucidez.
En ese momento hablan de abrir otra
botella y todo este plan se viene abajo. Cualquier plan que uno se proponga en
Agosto nace con las raíces muy pequeñas.
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