domingo, 5 de agosto de 2012

Arrepio



Arrepio : Este es un gesto que uno debe hacer una vez al año porque, si no, puede acabar como un perro esperando a su dueño en la puerta del bar equivocado con las evidentes consecuencias que eso debe tener para el perro. El gesto, decía, que me voy con la imagen : coger los zapatos en una mano y echar a andar por la arena.

Esto está bien. Son las siete y cuarto de la mañana y en este hábitat (el mar a la izquierda y la carretera a la derecha) hay pocos seres vivos : los que colocan las sillas en los chiringuitos, los que recogen basura en grandes bolsas negras (haciendo que su trabajo tenga cierto halo sospechoso, Sopraniano), los que se besan pegados a un muro, los que conducen esos tractores que remueven la tierra para que crezcan bien los turistas y, claro, los que andamos por la playa a estas horas en las que las ondas de la radio llegan rápidas y limpias, como una tabla de windsurfing con el viento apropiado.

Los de ciudad también dejamos huellas en la arena. Digo esto para que nadie se preocupe demasiado. Lo malo es que, aunque voy descalzo, mis huellas tienen forma de suela de zapato. Vaya. Me siento un poco avergonzado. Aprieto bien el pie derecho y ahí está. Lo mismo con el izquierdo. Vaya, otra vez. Camino por el borde de la orilla para que el agua borre las pruebas. Tanto tiempo en la ciudad.

La arena está llena de otras huellas, que ocupan su sitio perfectamente. Las del tractor que recorre la playa. Las de los deportistas, que corren envueltos en un halo (sí, la repito otra vez porque la he sacado del banquillo para que corra un poco) de culpabilidad que parecen querer disolver en su sudor. Las del agua al retirarse y entretenerse con las piedras y las conchas que yacen sobre la arena. Las de los cangrejos que, avanzando de lado, se alejan cuando me aproximo. Las de los soportes en donde encajan los pescadores sus largas cañas (como si quisieran traerse algo del pasado). Las de las botellas de cerveza. Las de las gaviotas, leves para unos pájaros que parecen tan grandes y pesados.

Me olvido de mis huellas y me centro en lo que voy viendo y en la música que escucho, de un programa al azar de “Peligrosamente juntos”. Juego a creerme que solo hay presente. El cielo se va aclarando poco a poco, anunciando un amanecer de segunda mano porque este sol ya lo han manoseado los países del Este hace varias horas. No importa. Juguemos también a que la tierra se estrena con ese sol que empieza a asomarse por el horizonte.

En ese momento se termina el programa y descubro que toda la música que llevo me aburre. Voy descartando todas las canciones como cromos repetidos y, por eliminación, me quedo con un álbum de Marisa Montes que no he escuchado desde hace mucho tiempo. ¿Por qué lo incluí en esta selección?. Ahora lo sé : para este momento. “Arrepio”, de “A Great noise”, es la canción perfecta para recibir al sol.

Ahí está, iluminando en primer lugar la espuma de las olas que van a romper.

Así funcionan a veces las cosas. Me giro para ver mis huellas, que ahora son las de una gaviota. Si quisiera, podría echar a volar, pero me detiene todo el papeleo que haría falta para animarme a hacerlo. A pesar de ser ya medio pájaro podrían emplumarme. Meto los pies en el agua para borrar las pistas y ruego porque mis  huellas sean las mías.

Estos deseos tan tontos son fácilmente atendidos y ahí están mis huellas. Parecen las de un personaje famoso y no ando desencaminado porque son las mías. Escribo mi nombre y como tengo tiempo y toda la playa para llenarla de palabras, sigo escribiendo un texto del que este post es una transcripción. 

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