Sombras luminosas : Voy a la
exposición de Hopper y soy muy aplicado. Alquilo la audio guía y recorro las
salas deteniéndome ahí donde aparece el símbolo de los auriculares. Hay siete
millones de personas conmigo a pesar de que son las diez de la mañana de un día
de fiesta.
El
problema de Hopper es su éxito : que ya te lo sabes. América a principio del
XX, casas con tejados a dos aguas, habitaciones de hoteles, ciudades vacías,
farolas iluminadas, ventanas sin visillos, camas desechas, hombres que leen el
periódico, maletas cerradas, atardeceres en los que se combinan la luz natural
y la artificial, amaneceres silenciosos, gasolineras sin coches, , sombras
alargadas, noches de ventanas negras, mujeres que reciben el sol en su cara y
sus conexiones con Hitchcock Sam Spade, Walker Evans, Wim Wenders, Walt
Whitman, Robert Frost, Renoir, Pisarro, Sisley, Frank Sinatra y Degas, por
citar algunos nombres. Y la soledad, claro.
Me
propongo salir de la teoría académica de la soledad y todo lo demás para
crearme una propia, que es lo que importa. Si uno se cae, se levanta.
Dicho
y hecho : tomando como base esta exposición y los dieciséis cuadros comentados,
creo que Hopper se pasó su vida persiguiendo lo mismo : ese instante de cambio
(la luz del atardecer, la gasolinera en la que no pasa nadie, la pareja que ve
correr a su perro por el campo) en el que los objetos, incluida la luz,
influyen en las personas haciendo de ellas lo que son, quizás por pasar por un
momento vulnerable y ser más receptivas. El mundo sigue su curso, pero en ese
período de transición, sin interés por el pasado o el futuro, dejamos que los
objetos sean : una sábana en una cama, unas telas en una mesa, un papel en el
suelo o un visillo en una ventana.
Esa
presencia de los objetos, repleta de sentido, influyendo en nosotros, la hemos
experimentado todos alguna vez y por eso nos gusta que Hopper nos lo cuente de
nuevo y nos sugiera escenas en las que sentiríamos lo mismo. Dependemos del
entorno mucho más de lo que creemos y si somos un poco receptivos podremos ver
que todo parece estar ahí para algo. Cierta calma debajo de las olas.
Para
llegar a esta conclusión necesito dos horas y pico y un recorrido lento. Esa es
la parte de Hopper que me gusta.
Lo
que no me gusta ya tanto es lo que Hopper hace con las personas en esos
instantes. Por lo general, todos aparecen desorientados, ensimismados,
vencidos. El mensaje de Hopper parece ser “si te paras un momento, te darás
cuenta de que no sabes muy bien qué estás haciendo con tu vida”. No hay gente
plena, o sonriente o con energía. Me parece el punto de vista de un quinceañero
que haya leído un par de novelas existencialistas. En las camas de Hopper
parece que sólo duerme gente enferma. En sus cines sólo importa la acomodadora
que espera a que la película termine. En las estaciones de servicio, que no
aparezca ningún coche. No es una visión nada optimista, pero el contraste con
los colores que utiliza es un recurso que parece funcionarle.
Tengo
la impresión de que Hopper es un autor que te gusta durante un periodo de tu vida
y al que vas dejando un poco de lado cuando te empiezas a tomar menos en serio
ese trasfondo de pesimismo que se quiere defender en la vida. Que sí, que nos
vamos a morir, que envejecemos y todo eso y que vivimos incomunicados y que la
relación con el otro es imposible y que siempre te toca la cola con la cajera
más incompetente. Eso lo hemos entendido. Pero dibujar una fiesta al atardecer,
con gente bebiendo y sonriendo, también hubiera sido un motivo para celebrar
esa luz que tanto le gustaba y de la que aprendió en su etapa en Francia :
“todo reflejaba la luz, hasta las sombras eran luminosas”. Pues eso, hombre.
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