El plato de
vidrio : Es posible que a la sirvienta se le escurriera el plato alguna vez y,
con el corazón latiéndole deprisa, lo agarrara de nuevo viendo cómo una fruta,
una manzana tal vez, se le caía el suelo, delatándola. Unos segundos de
silencio en los que nadie se asoma a ver qué es lo que ha ocurrido. Entonces se
agacha a por la manzana, la agarra con fuerza, pensando en lo que habría pasado
si el plato se hubiera hecho añicos, y la coloca de nuevo en su sitio. Pasado
el susto, se alegra de haber sido tan ágil. Muchas habrían soltado el plato
tratando de coger la manzana al vuelo, pero ella no. Hay muchas manzanas, pero
platos como ése, de vidrio, muy pocos. Para alargar un poco más el placer,
imagina lo que habría pasado si el plato se hubiera estrellado contra el suelo.
Los gritos, las amenazas, los lamentos, la humillación, la vergüenza, el ritmo
del día roto por culpa de esta torpe sirvienta. Es un plato bonito, un plato
que a ella le gusta tocar porque la acerca a un mundo diferente. Lo que ella no
sabe es que ese plato, precisamente ése, estará dos mil años después en un
museo, en la parte baja de una vitrina, en una sala donde se expondrán
artículos cotidianos, como pasadores, peonzas o dados.
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