El delantero de las
botas frías : Llega pronto el primer gol
en la Supercopa, pero es de Higuaín y eso nos rebaja las expectativas a pesar
del completo dominio del Madrid. Hay delanteros que tienen barra libre de goles
en sus botas y otros a los que parece haberles asignado sólo una cantidad, como
esas tarjetas de prepago de las que se va detrayendo lo gastado. Ronaldo pertenece
al primer grupo. Higuaín, al segundo, y lo sabe o, por lo menos, lo sospecha.
Hay algo psicoanalítico en su
juego, como si temiera que por cada alegría obtenida le esperara un castigo
para compensar. Ese miedo, imbatible como un francotirador bien oculto, provoca
que, una vez metido un buen gol como éste, su cabeza se desenganche de su
cuerpo y aunque las piernas sigan disparando a la portería, de su cabeza salga
la orden de fallar. Dicho de otra forma, Hinguain te invita a su fiesta pero
los besos que reparte son de despedida : marca un gol y suena la señal de que
ya no se sirve más alcohol.
Por eso no sé si alegrarme o no con
este primer gol. Es una sensación rara. Mi cuñado y yo lo celebramos con gritos
y saltos neandertales, sí, pero con un poso de alegría falso, como el que saca
un sobresaliente en un examen en el que ha copiado. Hasta ese momento, el
partido ha ido tirando de nosotros : del sofá a la mesa con las pizzas, de ésta
a la pequeña mesa de plástico donde mi sobrino aprende a sumar y, finalmente,
acabamos pegados a la pantalla con nuestra copa de Equus en la mano. Ahí
estamos cuando marca Higuaín.
Ojalá hubiera marcado otro. Ojalá,
y que Bernabéu me perdone, no lo hubiera hecho Higuaín. Los suyo son los goles
terminales, los que se obtienen cuando se marchan los primeros aficionados ,
los que entran por esa rendija que deja el marcador a punto de dar el minuto
noventa. Con esos Higuaín no tiene ningún problema porque no se comen parte de
su cuota y le dejan libre para el siguiente. Se podría decir que es el fútbol
óvulo : soltando uno cuando toca.
Sería bueno que nadie reaccionara
al gol de Hinguaín, que el estadio se quedara en silencio, que la madre le
quitara el papel de plata al bocadillo de su hijo, que un socio de Toledo
mirara al cielo por si empezara a llover, que una japonesa se hiciera una foto
con su entrada y su cámara, que una de las que vigilan a la grada se volviera a
hacer la coleta, que Florentino dedicara unos segundos a pensar en ACS e
Iberdrola, que el único que se sigue llevando una radio de pilas y la escucha
pegada al oído cambiara de emisora y en todo el estadio sólo se escuchara un
tema antiguo de Paco de Lucía. Sí, sería bueno que los jugadores reaccionaran
como si aquello no hubiera entrado y regresaran a sus posiciones rápidamente,
echándose un par de gritos.
Pero es un gol al Barça y estamos
programados genéticamente para retroceder evolutivamente unos cuantos miles de
años para celebrarlos. La alegría es contagiosa y recorre toda la ciudad : te
limitas a transmitir ese grito que te llega al que está un poco más lejos para
que hasta el último madridista del país, aunque se encuentre en una cueva
catalogando hongos, sepa que hemos tomado la delantera y que el tipo que va a
escribir el nombre del ganador en la copa ha empezado a practicar con la erre.
En el Barcelona saben leer las señales y,
sobre todo el marcador, y ahí dice Higuaín, así que saben que, virtualmente, el
Madrid acaba de echarle el cierre a su portería. Dejan que una de sus naves se
queme en el rojo de una tarjeta y, sin otra opción, convierten en obligatorio
un plan que era opcional : jugar como si el que tuviera diez fuera el
contrario.
Así van las cosas sobre el campo
cuando Ronaldo le demuestra a Hinguain que los goles se llevan en las botas, no
en la cabeza, y que si se quiere, se puede, aunque haya que hacer una jugada
con un toque de talón que eleve el partido hasta un punto que no volverá a
alcanzar.
Luego a pesar del gol de Messi, el
marcador parece ya definitivo, como si el resultado se hubiera escrito sobre un
cemento casi solidificado : el gol de Ronaldo ha sido como la señal que da el
comandante para que el avión saque el tren de aterrizaje y enfile hacia la
pista con una maniobra de aproximación a la pista que puede llevar más o menos tiempo.
Es lo que nos pasa a nosotros.
Resta tiempo por jugar pero en las cajas de las pizzas sólo quedan los bordes y
la botella está vacía. Esta podría haber sido la noche de la goleada si algunos
jugadores de fútbol no fueran tan complicados y no se les enfriaran tan pronto
las botas.
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