El zoyote : Lucía
creó ayer al zoyote. Empezó pronunciando “zorro” y, empujada por el
inconsciente, saltó a “coyote”. Nos gustó mucho ese lapsus porque gracias a él
tuvimos un nombre divertido (¿quién no querría tener un zoyote en casa?) con el
que jugar. Fue nuestra palabra preferida durante todo el día : en cuanto
podíamos la sacábamos en la conversación, preguntándonos qué pinta tendría.
Lucía se reía y se enfadaba a la vez, con esa facilidad tan suya de mezclar
sentimientos opuestos. Al acabar el día ya sólo se enfadaba con una intensidad
que prohibía cualquier risa.
Hoy Daniel, nada más llegar a la playa,
lo dibuja con una pala en la arena, sin dudar y a lo grande : solo necesitaba
un nombre para tirar de él. No tarda mucho. Como se trata de una obra efímera,
tenemos que disfrutarla en ese momento. ¡Un genuino zoyote! Playa : Ahí está el
zoyote con el que Daniel le da la razón a su hermana después de las bromas de
ayer.
Pero la playa me parece ahora un sitio
en el que sólo hay figurantes: el que apaga la colilla en la arena, el que se
deja el libro abierto sobre la tripa, la que sigue andando de puntillas aunque
el agua le llega a la cintura, el que explica cómo hay que darle a la pelota
con la pala, la que le hace una foto a su hija con el iPhone, y otra, y otra,
la que muestra unos pechos cansados, el que ajusta por tercera vez la sombrilla
que se cae, el que se baña con gafas de sol, el que pide monedas para comprar
una bolsa de patatas fritas, el que anda más despacio para que veas sus
músculos, la que anda deprisa para que no se acumulen las miradas en su culo,
la que le pregunta al vendedor negro el precio de un pareo.
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