Aquí y allí : Estamos
en un restaurante caro leyendo una carta de raciones junto a la barra. No pensábamos
que fuera a tener unos precios tan altos. Algo, quizás la forma en la que los
camareros se movían con las bandejas, nos animó a entrar para conocerlo: a
veces puede ser algo tan subjetivo como esto. Sentados en una mesa alta, cerca de la ventana, vemos que tenemos que pensar mucho lo que vamos a comer.
La otra opción era ir “Al quinto
vino”, que está al final de la calle. Habría sido como visitar a un viejo amigo
del barrio. Un amigo con una casa más desordenada pero acogedora, con sus cajas
de vinos amontonadas, los recipientes de cristal con corchos y las pizarras con nombres de
vinos y precios por copa que te recuerdan, básicamente, que el mundo es más
amplio de lo que tú te crees y que está ahí para que lo pruebes. Una copa, en
fin, y un plato con una gran croqueta.
Estamos en dos sitios a la vez.
Aquí, con unas albóndigas de calamares y allí, con un pincho de solomillo.
Aquí, casados y hablando de las lámparas que hay que poner en los cuartos de
los enanos, y allí, despreocupados, pensando en encontrar un hueco para ir a
ver una película de Woody Allen. Aquí, comparando lo que vemos del barrio con
lo que recordamos de cuando vivíamos en él, y allí, simplemente disfrutándolo.
La mujer mayor que atiende los
pedidos de los dos camareros parece muy cansada. Pasa un paño con cuidado, como
si limpiara una pieza de plata. Se acerca a la ventana de la cocina a hablar
con alguien y vuelve con el paso de quien camina sobre barro. Tiene, a pesar de
todo, la presencia de una directora que mantiene afinada a su orquesta. En ese
reino en el que gobierna, me llama la atención los periódicos doblados que hay
en un extremo. Son el punto de unión entre el aquí y el allí, porque es
probable que allí estén los mismos periódicos, agotados después de pasar por
tantas manos.
En la calle seis policías charlan
junto a un coche patrulla. Parecen despreocupados, como si se hubieran
encontrado con una falsa alarma. Un gato, una anciana. Las mesas de la terraza
están ocupadas por gente que, me fijo, mueve los cubiertos mientras habla. Es
de las últimas noches con buen tiempo. Al fondo hay otro allí, la esquina en la
que me despedía de mi padre cuando volvíamos del fútbol.
El camarero que nos atiende se acerca
con dos pequeños vasos con una mezcla de helado, granizado de manzana y una
gota de regaliz. Esto, hay que reconocerlo, no te lo servirían en “El quinto
vino” : es la traducción de su famosa croqueta y la chicheta que clava este
momento. Este aquí será, dentro de un tiempo, un allí, y será bueno tener este
postre como indicación para orientarnos en aquella noche en la que es posible
que “El quinto vino” estuviera cerrado por vacaciones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario