A salvo por uno, dos, tres euros : Una
vez instalados en la crisis, existen dos
grupos : aquellos que ven la situación como un simple destierro, con la
posibilidad más o menos lejana de regresar a la tierra conocida, y los que
sospechan que ya no se puede mirar atrás. “El mago de Oz” Vs “La carretera”.
Si en el segundo grupo, el de los
zapatos cubiertos de polvo, no hay muchos matices, en el primero todavía se
pueden establecer subgrupos, según se acerquen más o menos a la frontera a
partir de la cual uno debe olvidarse de lo que era, de sus manuales, de lo que
se imaginaba para sí mismo. Esa frontera que sabes que, a pesar de no haber
guardias controlándola, no volverás a cruzar de regreso. Una frontera que también
se percibe dentro de la cabeza y de la que muy pocos hablan porque nadie sabe
cómo hacerle frente.
Mientras tanto, vivimos. Hay que
saber que la frontera está ahí, que se expande poco a poco como el agua que
cubre una isla que se hunde (no somos imbéciles), pero no por eso vamos a dejar
de aprovechar el presente (no somos tonos). De hecho, cuando se presiente la
proximidad de la frontera, todo adquiere el valor y la intensidad que le da un
pesimismo resignado. No estamos en mitad del siglo pasado : la abundancia que
se ofrecía en el horizonte como base de las políticas económicas se ha
convertido en la sombra de una deuda que nos sigue y que no deja de crecer.
Pero está el momento con sus
estrategias para sentirse falsamente protegido. Como las tiendas de productos a
uno, dos o tres euros y que suponen, más que una evolución de las chinas, un
paso atrás de las demás. No importa. Sus beneficios son, básicamente,
psicológicos, los que generan unas estanterías llenas de artículos que puedes
comprar. Mejor que emplear dinero en reanimar bancos a los que ya no les late el
patrimonio neto, habría que usarlo en crear una inmensa red de locales de este
tipo. Un auténtico plan de choque que no ven porque no sacan los ojos del puto excel.
Estanterías llenas de artículos que
puedes comprar, como los que veo con los mellizos en una tienda de Fuencarral. Ellos
están contentos porque saben que todos son baratos y que les voy a permitir
escoger algunos : con ocho años, esto se acerca bastante a la felicidad. Un
bolígrafo que se estira, un portalápices, un lobo de madera troquelado. Yo les
sigo sin calcular lo que van cogiendo : con cuarenta y cuatro años y el avance
de la frontera detenido por unos minutos, esto también es felicidad.
No hay comentarios:
Publicar un comentario