Un regalo sin
envolver : Soy de los que piensan que el regalo perfecto es ése al que todavía
no le has quitado el papel. Cuando se lo arrancas, porque eso es lo que se
espera, todo regresa a la normalidad : vuelves a dar las gracias y ya está. En
eso eres como el árbitro que levanta la bandera para señalar dónde ha llegado
el lanzamiento viendo cómo se aleja la posibilidad de que alguno logre el
récord.
En la sobremesa hay un momento en
el que todo encaja. Álex y yo hablamos de Ilka Schonbein en la mesa; sentados
en el césped sobre una manta están los mellizos de siete meses: me llegan las
risas de las tres mujeres que los cuidan; veo cómo se balancea la hamaca en la
que está tumbada Lucía; en el huerto, al fondo, Daniel atiende las
explicaciones del padre de Álex y va arrancando lechugas, espinacas, puerros y
apio que los dos guardan en unas bolsas blancas que van dejando junto al árbol
de la hamaca.
Para que ese momento se produzca
así, perfecto, también es necesario que yo forme parte de él.
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