El hombre
empatado : Utilizar la serie de entrenadores del Real Madrid es una forma como
cualquier otra de medir tu vida. Cuando nací, al frente del equipo
estaba Miguel Muñoz y en la plantilla jugaban Gento, Amancio, Pirri o Zoco. Eso
es todo lo que sé. Si mi padre hubiera llevado su madridismo un poco más lejos
(lo conservó en un punto que yo no he podido mantener : o me he pasado o no he
llegado), me habría puesto el nombre de uno de ellos. No fue el caso. No le
habría resultado difícil elegir porque en ese equipo prácticamente todos eran
españoles.
Hoy, en una rueda de prensa,
Florentino anuncia el fin de la era Mourinho. Aunque creo que nunca sabré si me
gustó o no su estilo como entrenador (me encuentro los mismos argumentos a
favor que en contra, con lo que en este tema siempre voy empatado conmigo
mismo), sí que ha logrado que, cada vez que se le critique de una forma
directa, sin dudas, salga a defenderlo para que se tengan en cuenta los
argumentos contrarios. Soy un perfecto sofista que hace exactamente lo mismo si
alguien únicamente alaba sus virtudes. Esto me deja en una posición extraña,
pero es que la vida del hombre empatado no es fácil.
No distingo ni el momento ni el
lugar. Esta tarde, por ejemplo, me enfrento a María, que critica a Mou con
frases directas, en negrita, y con ese tamaño que solo se utilizaba en las
portadas de antes para anunciar que empezaba o terminaba una guerra. Ella se
coloca en su sitio de pitcher y yo en el mío, con el bate, para no dejar pasar
una bola. La conversación es apasionada, violenta : sabrosa. Supongo que para
los mellizos todo esto debe ser un poco absurdo, pero como lección práctica no
está mal porque la vida, básicamente, es así.
Cuando ya nos quedamos sin munición
al final de la cena, María me recuerda que todavía queda uno de los pasteles de
Belém que trajo ayer de su viaje a Lisboa. Lo cojo de la nevera y me lo llevo a
la terraza. Allí, solo, me lo como lentamente, celebrando que
acabo de cumplir otro entrenador en el Madrid.
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