La amenaza del
dragón : El pegamento que utilizamos en casa son las barritas que asoman la
cabeza cuando giras las base : a la derecha, hacia arriba, a la izquierda,
hacia abajo. Son cómodas, no manchan y resultan fáciles de usar pero tienen sus
limitaciones porque no dejan de ser sustitutos.
No sirven, por ejemplo, para montar
esas figuras troqueladas que venden en las tiendas de artículos de papelería.
Desde la Estatua de la Libertad (basta con ver dónde pone uno las mayúsculas
para conocer sus inclinaciones políticas) hasta un oso, pasando por ciervos, lobos,
ardillas, conejos y el auténtico reto : el dragón. Si no sabéis qué hacer una
tarde sábado, comprad el dragón (long, en chino, para que vayáis avisados) y ya
tendréis tarea hasta el lunes. El dragón es la final de la Liga de Campeones de
los troquelados, la prueba definitiva que le sirve a un hijo para saber cuáles
son las limitaciones manuales de su padre.
Compramos un tubo de pegamento para
tener todos los elementos necesarios para montar el dragón. Para romper el
cierre hay que darle la vuelta al tapón y empujar hasta que notas que la
pequeña membrana metálica cede y surge el pegamento. Por ese pequeño agujero también
sale parte de mi infancia y reconozco que dejo que se derrame un poco mientras
lo veo y, sobre todo, lo huelo : lo acerco para percibirlo con la atención de un
sumiller ante la botella de colección.
Proust debería haber esnifado un
poco de este pegamento. El olor me trae el pasado. O, más bien, me demuestra
que camina a nuestro lado pero que vamos perdiendo la forma de saltar hacia él.
El pasado son los discos en una época de
mp3. La calculadora en un tiempo de Excel. En ese plan. Este olor es parte de mi
biografía y me doy un paseo por él gracias a las neuronas que se van encendiendo como las olvidadas luces de un árbol de Navidad para marcarme el camino. Una vuelta en toda regla.
Hoy veo que, junto a la tapa, se ha
solidificado un poco de pegamento que se ha salido. No me extraña porque de
pequeño me pasaba lo mismo. Lo quito, hago una pelota y la vuelvo a oler. La
aprieto entre los dedos y pienso que un buen cocinero haría que, al morderlo,
te supiera a tigretón : el viaje definitivo al pasado del que volver con
fuerzas para enfrentarse al dragón.
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