Los tres vértices : El único obstáculo
es el huevo mismo : pequeño y frágil. No tiene ningún secreto, pero exige que
el pulso sea firme y el corte de la tijera paciente. Si hay prisa, urgencia, si
la cabeza está empantanada en un problema; si el cansancio espesa las ideas; si
no hay ganas; si se está en otro sitio; si se mira el reloj; si la voluntad
tira hacia otro sitio; si el hecho de estar ahí con el pequeño huevo en la mano
izquierda y la tijera en la derecha parece algo sin ningún sentido, entonces no
falla : la cáscara cede y la yema se rompe.
Otra vez. El huevo, la tijera, la
sartén. Esos son los tres vértices del momento. Y cuando lo aceptas, cuando
entiendes que algo tan intrascendente es el centro de ese instante, todo va
bien, y puedes cortar la parte superior del huevo sin problemas, quitarla, y
volcar la yema en un vaso en lo que el aceite se calienta.
Frío los huevos de codorniz de dos
en dos y los coloco con cuidado en las tostadas.
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