Tarde de estreno
: La edad te va alejando de lujos como éste : el batido de Oreo coronado con
nata del Vips. Voy a repetirlo porque escribirlo es como marcar el teléfono de
teletaxi para ir al aeropuerto a coger un vuelo a un país lejano y exótico : el
batido de Oreo coronado con nata del Vips. Partiendo de una fotografía, sé
calcular cuánto tiempo necesitaría
correr en la cinta para quemar, como en una pira india, las calorías. En este
caso, tendrían que cerrar el gimnasio toda una semana para mí. Pero entre
comerlo y pasar a las ensaladas, hay un término medio : sugerirle a Daniel que
ésta es una gran merienda. Objetivamente hablando, no es buena, pero subjetivamente,
lo es, y muy grande. Si te tiras por el tobogán de la frase “por la tarde
meriendo en el Vips un”, solo puedes acabar cayendo en este batido. Así que
paso las páginas del menú hasta detenerme en él. Lo pongo tan bien que por un momento
temo que Daniel se lo pida para Reyes. La estrategia es llevarle hasta ese
punto en el que lo pida porque quiera, no porque piense que deba hacerlo por mí.
No es fácil. Tiene que ser su batido, no el mío. Me quedo en el silencio del
vendedor de coches que como último argumento le ha enseñado sus tatuajes al
cliente. Daniel duda. ¿Entonces?. Vale. ¡Vale!. Lo que traen es exactamente lo
que aparece en la fotografía, lo que ya es suficiente como para convertir este
sitio en lugar de peregrinación porque la realidad y el deseo se mezclan igual que las familias de los novios después de vaciar la barra. Este va a ser un gran
momento para Daniel, pero tengo que mantenerme en silencio para que la magia,
como un pájaro susceptible, no eche a volar. Lo veo comérselo con placer, con
la inocencia del que piensa que toda la comida es sana y me doy cuenta de que
estamos programados genéticamente para disfrutar con aquello que peor nos sienta
: curiosa especie. Pero hoy no le voy a dar ningún sermón sobre la pirámide
alimentaria para no tener que explicarle que, para que la cúspide brille con el
pan integral o el brócoli, es necesario que en el camino hacia ella chapotees
en nata. Todos sus gestos son los de una obra que me sé de memoria porque yo
también la he representado. Desde el dedo en la nata hasta el vaso bien elevado
para recibir la última gota en la lengua. Cuando lo termina, siento en el
estómago esa alegría culpable del que se ha comido lo que no debía y le ha dado
lo mismo. Igual pedimos unas ensaladas para despistar a la conciencia, si es que
se presenta.
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