Atravesado por
las nubes : Faltan quince minutos para que abra la FNAC : el cierre está echado
y se ven algunas luces por dentro. Me imagino a los guardas de seguridad y a
los dependientes recorriendo los expositores y golpeando cada libro un par de
veces, como al reloj que no se mueve, para que se vaya despertando diciéndole
lo mismo que le contesto a los mellizos, que quedan quince minutos para que
abra la FNAC.
No hay nadie en la gran explanada
de AZCA. Las nubes se reflejan en los edificios de oficinas en las que cada día
se mueven millones de unos euros cada vez más densos. Ahora los ordenadores
están apagados y esa falta de actividad se nota : no hay ni rastro de ese
murmullo al que ya se ha acostumbrado el oído. Este silencio relaja e invita a
romperlo. Los mellizos juegan a perseguirse. Yo les miro, sentado en un
escalón, con una caja llena (solo) de rosquillas listas.
Cuando se cansan de correr uno
detrás del otro, vienen hacia donde me encuentro. Les digo dos cosas mientras
vuelvo a fijarme en el reflejo de las nubes en los edificios : que no voy a
correr y que no pisen por un descuido la caja (a la que protejo más que si
llevara pollitos a punto de salir del huevo). Los dos dicen que vale porque su
plan es jugar al escondite inglés. Me resumen las reglas rápidamente y les digo
que por mí vale, que si solo hay que contar y girarse, me apunto. En estos
momentos las nubes también se reflejan dentro de mí y mi voluntad es más bien
vaporosa.
No me lleva mucho tiempo descubrir
que lo divertido de este juego es hacer trampas. El que lo ideó lo tenía bien
claro. Puedes contar deprisa. Puedes darte la vuelta sin avisar. Puedes
acercarte al que está quieto como una estatua para hacerle cosquillas. Puedes
ser indulgente con uno y malvado con otro. Todo esto provoca quejas, claro,
pero son las que llevan dentro una carcajada que no tarda en explotar y cubrir
la explanada y agitar, levemente, las nubes más pequeñas que andan por encima
de nosotros.
Nos turnamos varias veces y hago el
segundo descubrimiento : las trampas tienen sus propias reglas. Si se aplican
mal, nadie se ríe. Me pasa un par de veces, pero los mellizos tienen paciencia
y me lo explican. Nada grave. Basta con encadenar dos trampas de nuevo, como
pedaladas en la bici después de caerte, para recuperar el ritmo.
En esto, que no era el plan, se ha
convertido la mañana del domingo. Ni pensando toda la semana se me habría
ocurrido proponer algo así. Las risas. El buen humor. Las tonterías. Los libros
que se desperezan. El guarda que mete la llave para que empiece a subirse la verja
metálica. La caja con las rosquillas. La mujer con el perro que se queda
mirándonos como el que se arrima a un fuego una tarde de invierno.
La puerta de la FNAC se abre. Como
después vamos a ver artículos de papelería en otra tienda, los mellizos son los
primeros en decirme que podemos entrar para que pasen cuanto antes los veinte
minutos pactados. Voy a mirar todo lo que pueda, pero no me voy a gastar nada :
mi presupuesto está en esa caja con rosquillas. Hace tiempo habría sido
distinto.
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