Un barril de pólvora : Hay tantos
sitios en los que me gustaría que esparcieran mis cenizas, que me temo que no
habrá suficiente para todos. Admiro a la gente que, incluso muerta, tiene las
ideas claras y señala, con la seguridad de una brújula, dónde quiere que se
haga. Tal vez debería ir reduciendo la lista para simplificar las cosas y evitar
así que por aburrimiento el encargado de cumplir mis últimas voluntades no
acabe pinchando la urna y dejándome caer de ella como la pólvora de los
barriles en los dibujos animados.
Si sé que este punto en la Gran
Vía, estará incluido en mi último paseo. Esta preferencia no se debe únicamente
a que, en muy poco espacio, se junten tres grandes librerías, espalda contra
espalda, como si lucharan contra el cerco de lo digital. Me gusta la Gran Vía
por sí misma, por ese contraste que ofrece cuando se sale a ella desde una de
las calles que la cruzan : Fuencarral, por ejemplo, donde me detengo un
instante antes de incorporarme a la Gran Vía. Este es el punto. Y este es el
instante.
Después, basta con dejarse llevar.
Hay calles que te ignoran. Otras, a las que das movimiento. Y un tercer grupo,
como la Gran Vía, que te empujan y que solo te piden que te dejes llevar de
aquí para allá : un cartel en una pared, dos quinceañeras que salen de una
tienda de ropa, un heavy apoyado contra una farola, un quiosco con banderas del
Madrid por un lado (“The especial one”) y del Barça por otro, el olor de una
cafetería, los reclamos de la tienda de Telefónica y los imprevistos.
Me gusta pasear por esas
situaciones que se le cuelan al cerebro por la escuadra cuando más confiado
está de controlar la realidad. Hoy se ofrece una sin tener que hacer el
esfuerzo de buscarla. Un grupo de ciclistas, todos con pelucas rubias, avanza a
paso lento. Lo suficiente para provocar un leve atasco sin agitar demasiado la paciencia
de los policías que los observan. Cuando están cerca, veo que se trata de una
manifestación en defensa de la sanidad pública. Se producen tantas
manifestaciones que se hace necesario buscar la forma de destacar y seguir
atrayendo la atención. En este caso se trata de una deriva hacia el carnaval
que tiene más sentido porque nace del fondo para llegar a la forma, en un
camino inverso al tradicional, en el que parece que solo hay una forma que se
trata de llenar, como sea, con cierto fondo. Tal vez sea una vuelta a los
orígenes que trata de ocultar con el humor la sospecha de que da igual lo que
se haga, sabemos que está todo decidido. A pesar de todo, sin embargo, hay que
seguir pedaleando.
Los turistas les hacen fotos con
todo lo que tienen a mano. Yo también les hago fotos, lo que me convierte en
turista. Quizás también por eso me guste la Gran Via, por hacerme sentir
siempre un 5% de fuera y tratarme como tal. Ser del 100% de un sitio acaba
resultando agotador. Así que marco mentalmente una equis aquí mismo y decido
que este lugar no es negociable, que no lo tacho de mi lista, que aquí habrán
de esparcirse unas cuantas cenizas de mis pies. Será un momento que verá
alguien que lo incluirá en su blog, manteniendo así vivo el espíritu, como si
mis cenizas fueran olímpicas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario