Un lobo con piel de lector : Esa época
de mi vida en la que podía pasearme por la FNAC todo el tiempo que quisiera para
mirar libros que no iba a comprar se ha convertido en estos rápidos segundos
que tengo que repartir entre los que sí me llevaría. Llevo el ritmo de un
legionario desfilando : rapidez, decisión y a quién le importa cómo me muevo.
Apenas leo un título, salto al siguiente, con lo que creo una frase larga como
una bufanda tejida por una abuela alimentada a base de Red Bull y agujas de
plutonio. Plutonio, por decir : nos entendemos.
Todo el tiempo que teníamos esta
tarde se nos ha ido en la sección infantil. Tranquilidad. Paciencia. Déjame ver
este libro. Voy a mirar este otro. ¡Animales!. Ese tiene buena pinta. Un cómic
de Hora de Aventuras. ¿Puedo sentarme a leerlo?. Todo lo hago siguiendo los
consejos de Bruno Bettelheim y de Daniel Pennac. Es importante que los niños lean. Lo sé. Pero
no puedo dejar de sentirme como el lobo en mitad de un campo de margaritas al
que le llega el olor de un rebaño de ovejas al otro lado del río. Tantas
novedades pastando confiadas.
Tras negociar, le dejo coger dos
libros. Solo entonces le pido una prórroga de cinco minutos para ver novedades.
Escucho el sonido de la corneta en la cabeza y me lanzo a mi desfile
particular. Algo así no es sano, pero los vicios no se pueden controlar
fácilmente. Miro los títulos con cierta ansia, como si hubieran publicado justo
el libro que necesito leer, al que, sin saberlo, me han llevado todas las lecturas
que he hecho hasta ahora, como flechas en el camino. Daniel debe verme como un
ejemplo de cómo puedes terminar si no haces un uso moderado de la lectura : si
dejara sus libros en su sitio y me pidiera un juego para la PS3 lo entendería.
No hay rastro de ese libro
definitivo, pero en la zona de los títulos elegidos me encuentro dos juntos : “En
la mente de un perro” y “El cerebro masculino”. Como si fueran complementarios.
Esa combinación daría para unos cuantos chistes que habría que aceptar con
resignación. De hecho, creo que para entender ese cierto desorden compulsivo que
tengo con los libros, me llevaría antes el de la mente de un perro : en eso me
convierto aquí, rodeado de ovejas recién salidas de la imprenta.
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