La lista del albañil : Cada sábado
lleno el carrito sin pensar : donde él se para, yo alargo la mano, cojo el
artículo, y lo dejo. No hay mucha emoción, pero si me detengo a pensar en todo
el trabajo que hay detrás de estas estanterías para que, precisamente, no haya
emoción y todo esté donde mi mano espera que esté, no me queda ninguna razón
para quejarme. Leche. Naranjas. Pollo fileteado. Soy un albañil comprando
materiales.
A veces pasan cosas. Un tema de
Manolo García. La pescadera lanzando el hielo de un cubo sobre el pescado como
si sembrara frío. La responsable de la sección de maquillaje retocándose frente
a un espejo. Dos cajeras bromeando con un chaval por la bolsa con la que su
madre le ha mandado a la compra.
A veces la novedad está en la misma
lista, que guardamos en el cajón de la cocina junto a un bolígrafo que apenas
escribe pero que conservamos porque tiene cuatro colores, los cuatro secos. En
la lista se mezclan las cosas que necesitamos con las que quieren los mellizos
:una combinación de manual de instrucciones y carta a los Reyes. Con esfuerzo
leo en la nota unas letras y el resto lo adivino por la marca que deja el
bolígrafo : acondicionador. Acondicionador. Anulo el control automático del
carro y me hago con él tras unos segundos de duda. Paso junto a la responsable,
que ajusta la posición de unos desodorantes, y encuentro el bote de
acondicionador que buscaba.
Descargo el carro en la caja y al
acabar dejo el acondicionador en la cinta.
Hay que cuidar este acondicionador.
1,65 €. No es un tema de precio. Si siempre quise una niña fue para encontrarme
en una lista la palabra acondicionador, dejar de ser un albañil y comprarlo. En la lista lo pone y yo obedezco,
aunque me siga pareciendo un producto tan extraño. ¿De verdad funciona?
Claro que funciona. Una vez que
aclaro el pelo de Lucía esta tarde, me echo un buen chorro en las manos, como
si fuera a masajear a un luchador de sumo. Todo acondicionador es poco para
Lucía. Ella, que me conoce, me advierte, sin abrir los ojos, de que no hace
falta mucho, que solo es para que no se enrede.
Así que cojo las puntas de su pelo
y lo masajeo para que se extienda bien. Lucía sigue con los ojos cerrados. Yo
sigo hasta que ella me diga que es suficiente.
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