Safari al amanecer: Llora un niño a las
cinco de la mañana y la cabeza se me enciende como el Nostromo tras recibir el
aviso de Madre. Mi cerebro era muy bueno en esto hace unos siete años, cuando segundos antes de que uno de los mellizos rompiera a llorar, nos avisaba, como
si un extraño movimiento de sábanas ya le avisara. De esa habilidad queda esta
inercia de agitarme el sueño, pero el hueso que trae ahora en los dientes no se
lo he lanzado yo.
Así que me quedo en la cama notando
cómo el llanto del bebe va marcando mi cerebro con el rastro de un sismógrafo
enloquecido. Conozco al bebé y a sus padres, que me tratan de usted en el ascensor
con una educación que me hace preguntarme si no habrá un anciano catedrático
detrás de mí al que he aplastado al entrar. Nos cruzamos cuatro tópicos amables
sobre el bebé y sobre su sueño porque los dos tienen los ojos enrojecidos, como
si hubieran leído “Guerra y paz” en un móvil. Echo manos del tópico para no
decirles la verdad que vuelvo a experimentar ahora en la cama : se acabó ese
sueño de océano en el que te sumergías como un cachalote sustituido, para
siempre, por uno de hielo fino por el que te mueves con la precaución de un
patinador que espera el crujido.
No tiene sentido continuar en la
cama porque es imposible dar marcha atrás. Me levanto con la curiosidad de
saber cómo será la casa a las cinco de la mañana y mi relación con ella. Bastan
unos cuantos pasos por el pasillo para ver la realidad como a través del
cristal empañado de un casco. Mis propios movimientos tienen también una
imprecisión lunar que me hacen echar de menos una bandera en la mano y una
frase histórica para cuando llegue al salón. Todo lo que voy viendo me muestra
que también es muy pronto para la casa : hay que respetar el silencio del
salón, así que no enciendo la televisión, pero no importa porque mi propio
reflejo en la pantalla me entretiene.
Acabo refugiándome en la cocina
porque siempre hay algo que hacer : lo que ordenas por un lado, se descoloca
por otro. Hasta aquí llega el llanto del bebé. Con él de fondo, voy preparando
el lavavajillas y cuando todo está ordenado, me quedo mirando cómo cae el agua
del grifo. Que nunca le haya prestado esta atención se debe a que quizás el
momento en el que imágenes como ésta tengan sentido sea a las cinco de la
mañana : más tarde ya es imposible, como esos animales que solo se ofrecen cuando acuden a beber antes
del amanecer.
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