Arte salvaje : Para la tecnología no
hay días, sino el mismo, que se repite. Los más optimistas dirán que vamos
hacia una época en la que todos será un eterno domingo : todo fácil, poco
esfuerzo, el sol en los párpados. Otros, entre los que me incluyo, creen que
acabaremos empalmando un lunes tras otro, aunque, por inercia, sigamos
cambiándole el nombre.
Da igual que pienses que estás en pleno
sábado : el ordenador, o el móvil o la tableta siguen enlazándote con el
trabajo, como un flujo que cambia en intensidad pero que ya no se detiene. Esto
de los nombres son meros diques que acabarán cayendo (como el concepto de huso
horario o el de lugar) para que todos compartamos el mismo día, al misma hora,
el mismo lugar virtual. La cosa me parece grave, pero si ya hace tiempo que
dejé de chillar en el Bernabéu, no voy a empezar a dar gritos de ira en este
momento : tengo que cuidarme y tampoco creo que sirva para mucho.
La queja se queda, pues, en algo
literario que sirve para ponerle un marco de palabras a una imagen que veo en
el aparcamiento mientras busco un carro para subir la compra a casa. El carro
siempre está en el portal más alejado, a lo que se ha acostumbrado mi humor,
que ya no tira de mí, ladrando, y se deja llevar con desgana. Abro y cierro las
puertas con el cuidado del que entra y sale de la consulta de una eminencia.
Así de tranquilo voy. Es una ronda tranquila, como de bedel por la planta de
primaria de un colegio.
Es entonces cuando veo una escalera
cubierta de pintura seca apoyada contra un muro. Me imagino a un hombre con mono
de trabajo subido en ella pintando un techo. El suelo cubierto de hojas de
periódicos, unas cuantas colillas en un cenicero, Radio Olé, un Marca usado en
una esquina. Una combinación de mis escasas experiencias con este gremio. Nada
especial hasta que avanzo la escena y lo veo recogiéndolo todo ya cambiado de
civil, con el periódico en una mano y agarrando la escalera con el otro.
Antes de subirse a la furgoneta,
que ha aparcado en una plaza libre, apoya la escalera contra el muro y la deja
ahí. Con ese gesto da por iniciado el fin de semana y abandona al lado, como si
fuera la parada de un autobús en una carretera rural, al pintor en el que se
convierte durante cinco días y que no volverá a ser hasta que coja de nuevo la
escalera.
La escalera, en fin, como símbolo
de las cosas de las que uno se aleja por dos días, de todo aquello que
permanecerá apagado, cerrado, oscuro, inmóvil para que durante cuarenta y ocho
horas todo lo demás parezca más encendido, abierto, en movimiento, iluminado. A
veces los museos están muy lejos de las cosas que de verdad deberían exponer :
y debe ser así para que el arte siga en estado salvaje.
Un poco exagerado ¿no?...
ResponderEliminar¿Lo del arte? ¿Lo de la tecnología? ¿Lo del título? Dime si se trata de un saque de esquina, de un penalty o de una falta para saber dónde colocarme.
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