El ascenso al Mont Blanc : Hay tanta
gente en el Mc Donald´s que lo primero que pienso es que están celebrando
varias comuniones a la vez. Niños corriendo de un lado a otro, padres que se
saludan en la fila y ese ambiente de viernes en el que eres capaz de invitarle
a otra ronda al que te eche encima una Coca Cola para no ver malas caras.
De mi comunión recuerdo pocas
cosas, casi todas alrededor de una fotografía que sigue en el salón de mi casa y
de una pluma : una Montblanc que me entregaron para que me convirtiera en un
escritor famoso. La pluma me imponía tanto que no la saqué de su caja hasta
tener una buena historia y el nivel para contarla. Ahí estuvo mucho tiempo, dejando
que la caja se convirtiera en un ataúd y la pluma en un símbolo de mi famosa
carrera literaria. Cuando por fin me animé a probarla, la tinta y yo estábamos secos.
Tal vez por eso no me gusten las
comuniones. Por ese empeño en convertirte, de golpe, ya en adulto, entregándote
el mensaje de Dios, un reloj de verdad y una pluma con la que podrías firmar tu
primera nómina. Esas prisas. Jesús buscó a sus discípulos cuando estos ya eran
hombres curtidos, pescadores acostumbrados a desconfiar de las palabras. Esas
prisas y ese esfuerzo por aguar el mensaje : Jesús quiere ser tu amigo.
Y esos regalos. Todo me habría ido
mejor si me hubieran regalado un par de bolígrafos Bic de plástico. Con ellos no me habría
sentido tan intimidado. Quitas el capuchón, te lo llevas a la boca y, mientras
lo muerdes, empiezas a escribir a ver qué sale.
Ya en el aparcamiento, me fijo en las
farolas. Tampoco voy a negar que me atrae todo lo que brilla.
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