El tamaño del foso : Me costó bastante escuchar la palabra “chulapo” cada vez que veía a los mellizos disfrazados para
San Isidro y no quedarme atrapado en ella. Daba igual lo que tuviera enfrente :
la palabra, como el telón que rodea los números de los magos, me impedía ver lo
que había detrás. Nada bueno, con ese nombre. Chulapo, chotis, rosquillas
tontas, listas, francesas y de Santa Clara eran el foso que me impedían saltar
la valla.
Fueron bastantes años separado de
esa fiesta, acudiendo al colegio, cogiendo un vaso de chocolate y mirando, sin
entenderlo muy bien, el espectáculo de todo un patio con cientos de chulapos y
chulapas de cinco, seis o siete años. Nada especial porque parece que ése el
signo de los tiempos, verse dentro de una serie de celebraciones que ya han
perdido su significado y siguen en movimiento por pura inercia, hasta que
lleguemos al desfiladero con el puente destruido.
Esta mañana por las calles se ven
madres con niñas disfrazadas de chulapas. Me gusta verlas cruzar el paso de
cebra. La madre tira de su hija mientras ésta mira a todas partes. Descubro que
ese traje no parece una versión infantil, como sí pasa con el de los chulapos.
Las veo guapas. La flor que llevan en el pelo me parece una alegre alegoría de
la Primavera. Esa imagen es la que descubría el telón del mago si se iba más
allá de la palabra.
Este años los mellizos ya no van
disfrazados. Como si también lo echaran de menos, cuando vuelven del colegio le
ponen el traje de chulapo que se les ha quedado pequeño a una de sus mascotas. Tampoco
hay que ponerse trágico : muchas cosas tienen sentido tiempo después de que
hayan sucedido.
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