Al fondo del gimnasio abrevan los
rinocerontes : La mujer de la limpieza pasa un paño por el espejo de la
sala de gimnasia, saludando lentamente a su reflejo. Esa tranquila
meticulosidad de quien sabe que su trabajo volverá a repetirse dentro de una
hora hace más grande el contraste con la monitora que, en ese mismo sitio,
estimulaba con sus gritos a las alumnas de la clase hace unos minutos.
Las veía y pensaba que yo no sería
capaz de derrochar toda esa energía. Aunque quisiera. Y, como en el colegio,
temiendo que para cubrir un hueco en la formación la monitora se asomara y me dijera :
-Tú, adentro.
me esforzaba en mi máquina como si
echara un pulso con ella en el que me jugara la vida, en general. Todos los
músculos tensos y la postura perfecta. Ritmo lento al tirar y más relajado al
soltar la carga. Con cada serie, la conexión entre mi voluntad y mi cuerpo se
iba estirando como un chicle hasta hacerse fina. Tan fina que parecía a punto de
romperse, pero me mantuve firme para no verme en la clase.
Al fondo, donde están las
mancuernas, los hombres levantaban kilos y más kilos. Movimientos graves,
pesados. Cierta densidad de rinocerontes bebiendo en el borde del lago.
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