La posdata de la lista de Reyes : En
tiempos de crisis, los Reyes Magos deberían ofrecer la posibilidad de venir dos
veces al año para que el impacto económico de la carta no se sufriera de golpe.
Además, eso nos vendría bien a los que no sabemos hacer la lista de un tirón y
siempre nos atascamos en la mitad sabiendo que lo que realmente queremos (que
pensamos y olvidamos en el mismo instante) se va a quedar fuera.
En diciembre haríamos una relación
comercial, y ya, con menos presión y con la tranquilidad de tener delante seis
meses más para que llegara la inspiración, iríamos preparando la de julio, más
personal. En el metro, camino de un partido del Madrid (una charla con Zidane
acerca del gol de Glasgow). En la sala de espera del colegio mientras llega la
hora de reunirse con una profesora (una suscripción a una revista minoritaria de fotografía
minoritaria en blanco y negro). En una noche de insomnio (una cama en la que el
sueño pueda bucear). Dentro del coche en una máquina de lavado (uno de esos
libros que te aclaran por dentro mientras te lijan por fuera) . Al ver el corte de la maquinilla en el
afeitado (un final alternativo a Dexter). No hay duda de que esa segunda lista
saldría mucho mejor y que, con el tiempo, nos impulsaría a abandonar la primera
como el borrador en el que se quedan pegados, igual que moscas en una cinta,
las sugerencias de la publicidad y de esa parte del cerebro que a veces tan
extraña nos parece.
Pero no es el caso y, con la carta
cerrada, veo en otra mesa algo que debería haber pedido y que no puede esperar
todo un año. Un tiramisú servido en un tarro de cristal. Algo así debería estar
incluido entre los primeros cinco puestos de cualquier lista con dos dedos de
frente. Aunque ya he comido bastante para hibernar unos ochos meses en un
armario, levanto la mano y le digo a la chica que si bien es verdad que he
dicho que no a lo del postre, he cambiado de opinión y me voy a pedir el
tiramisú.
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