El paraguas de la
trapecista : La gata nos sigue unos pasos por detrás. Se para cuando nosotros
lo hacemos. Y maulla. Cuando volvemos a caminar, ella se pone en marcha. Y
sigue maullando.
Las nubes cubren el sol. A lo
lejos, las cumbres están nevadas. Tenemos que mirar dónde pisamos porque hay
charcos grandes y profundos en los que podríamos hundirnos hasta las rodillas.
Parece que las nubes esperaran a que se vaciaran un poco para volver a
llenarlos.
Me gustan estos caminos que se van
haciendo intransitables conforme avanzas. Es una forma que tiene el campo de
relacionarse contigo. Mis botas no son las más apropiadas para esta hierba
húmeda, para el barro, para las zonas inundadas. A veces me detengo y en esos
momentos de duda, en el que parezco una ficha en un tablero, escucho a la gata
maullar detrás de mí.
Hace unos pocos meses vivía en un luminoso
piso alto, con una gran vista, en el que solo tenía que hacer de gata educada.
A cambio de cumplir unas cuantas normas podía vivir una vida de cojines, sol en
el lomo y las caricias de una mano tranquila por la noche a la hora de las
series. Pero también las gatas saben cuál es el buen camino y eligen otro,
cerrándose las puertas hasta que la única que queda abierta es la de la casa en
el campo.
Me giro a verla porque no hay duda
de que me está maullando. La veo entonces moverse en un estrecho camino entre
dos charcos, con la cola elevada, como el paraguas de un trapecista. Va
despacio para que me fije bien.
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