La noche no es de quien la duerme : Bernie
o Berny, que todavía no sé su nombre oficial, emite hoy unos extraños gritos
cuando lo meto en una pequeña caja de plástico mientras le limpio la jaula. Muerde
con rabia la tapa verde y sé que si tardo mucho acabará encontrando su punto
débil para disfrutar de un poco de libertad.
No quiero correr. Ya que no hago
muchas limpiezas de jaula, por lo menos pretendo que las pocas veces que me
decido el resultado sea de calidad. En el proceso, lo que puede parecer el
sótano de los granjeros que aparecen en los Simpson, termina como la suite en
la que Paris Hilton pasaría una noche con la vista de París, un copa de champán y
un espejo para preguntarle quién es la más guapa.
Soy concienzudo y no escatimo en
guantes, estropajos o botes de lejía. El Señor Rojo aprendería mucho de mí. Y
el propio Berny también sacaría algo en claro si prestara atención,
pero va a lo suyo : a conocer mundo. No deja de moverse y de atacar todos los
puntos en busca del que sea más débil. El 95% de mi cuerpo corre todo lo que
puede, pero es el 5% restante, mis manos, el que manda con paciencia de
panadero que amasa.
Cuando termino y lo coloco en su
jaula, Bernie se tranquiliza. Se mueve despacio, como si se tuviera que
acostumbrar al paso de un desorden que era suyo a un orden que todavía no le
pertenece y que hay que domesticar. Lo observo. Y él también, como diciéndome :
a mí me sobra la energía de noche y tú no puedes más, vamos a cambiarnos. Tiene
razón y si le doy tiempo podría convencerme. Además, su jaula ahora parece muy
acogedora.
Compruebo que el bote del agua está
bien colocado y antes de marcharme veo que ya ha soltado un par de bolas negras
en una esquina, reclamando como suya no solo la jaula, sino la noche.
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