Un cuenco de arroz blanco : Fede ha
comido en casa de su madre unos chorizos a la sidra que su estómago, horas después,
todavía no sabe cómo interpretar. Parece que los ha dejado en observación sin
tocarlos y eso ha provocado un atasco semejante al de un control de la Guardia Civil
en plena carretera de Burgos un lunes por la mañana.
La camarera vuelve a insistir. Va
vestida con un traje elegante. No sé si hindú. Bastante tengo con entender la comida
como para hacer finas distinciones según el vestido. Afortunadamente, tenemos a
una holandesa que lee la carta con una soltura que hace que asienta a todo con
una fe que ya creía perdida. Todo vale.
Pero la camarera, que parece
inquieta por la negativa de Fede a pedir algo. Él: que si un té. Ella: que si
un arroz. Álvaro aprovecha para releer la carta de vinos y señalar desde lo
alto de una inmensa montaña de corchos cuál es el que vamos a beber. Un blanco
que está muy bien, dice. Se lo indica a otro camarero que se aleja caminando
hacia atrás, como si tuviera la orden de mostrar respeto a los que pidan ese
vino. Qué se yo.
A la derecha, la conversación de
Marta acerca de unos papeles que tiene que revisar mañana a primera hora. Una
bodega que compra otra bodega, nos cuenta. Rumor de abogados en la superficie
y, debajo, en las cuevas, ese silencio oscuro que envuelve en paciencia todas
las botellas para que el vino pueda seguir midiendo el tiempo en meses.
Enfrente, Pepe nos cuenta cómo es
la vida detrás de lo que vemos. Las alianzas, las palmadas en la espalda, ese
hueco que se hace en el sillón para que se siente uno de los suyos a ver desde
la primera fila como fluye una corriente de billetes de la que cualquiera de
ellos puede beber sin apenas esfuerzo.
La camarera, ajena a todo esto,
vuelve a insistir con lo del arroz blanco. Su acento argentino hace que esa
insistencia resulte agradable. Claro que no es de la India, se ríe, pero no
ceja en su empeño de cuidar a Fede. Es evidente que esos chorizos han roto
alguna de sus conexiones neuronales. ¿Por qué sigue negándose Fede? Todos, al
margen de lo que estemos diciendo, solo queremos que diga que sí, todos
queremos que acepte el arroz, que deje que se lo traiga, que ella pueda volver
de la cocina con el cuenco en las manos. ¿Quién no querría una camarera así?
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