Los espíritus del
corcho : Daniel me dice que han estado buscando en el tarro de los corchos unos
que llevarse al colegio mañana para una manualidad. Antes de que le diga algo,
sigue : que no me preocupe, que ha dejado los que sabe que me gustan. No le
pregunto cómo es capaz de saber algo que desconozco, pero no lo hago porque
conviene tener fe en que los demás puedan decirnos cosas de nosotros que nos
sorprenderían. Y se marcha.
Cojo el tarro de cristal. Está casi
repleto. Cada corcho tiene una historia que he olvidado, pero que no la
recuerde no me importa. Está ahí. Es una manera de reconocer la importancia que
cada una de las botellas tuvo, de eso no cabe duda. De la más cara a la más
barata, todas fueron una excusa para un brindis que flota alrededor del tarro
como un hechizo en el que sí creo. Mientras conserve el corcho, las palabras
que pronunciamos sobre más comidas juntos seguirán cerca, como los kodamas,
esos pequeños espíritus que ocupaban los bosques en “La Princesa Mononoke”,
protegiéndonos a su manera.
Pronto habrá que tirar algunos. Me
alegro de que Daniel se haya llevado ya unos cuantos porque yo sería incapaz. Tantas
palabras te acaban atando a los objetos de una forma imposible de romper.
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