Una lista ganadora : En la alargada
hoja del pedido del restaurante Lucía va pasando a limpio, a base de cruces, como
si eligiéramos la serie de los caballos ganadores en una mañana de hipódromo., lo
que los demás vamos escogiendo en el menú.
No tenemos ninguna prisa. Las
cruces salen perfectas, pero la camarera solo se fija en los números, que anota
en su libreta rápidamente como si todas las posibles combinaciones se redujeran
a una, la que ya nos espera en la cocina.
La camarera va trayendo los platos
con el único criterio, me doy cuenta, de que no quede ningún trozo de mantel si
ocupar. Solo por esto hay que defender a los restaurantes orientales, por esa
imagen de abundancia que transmiten. Aquí el tema del gusto está en un
segundo nivel y, me temo, el que no lo vea así jamás disfrutará del todo en una
de estas comidas. Aquí es obligatorio comer con la vista.
Tal vez exista una fórmula
matemática que sea capaz de distribuir todos los platos según nuestros gustos
para evitar el viaje de los cubiertos y los palillos de uno a otro, pero no nos
interesa. Lo divertido es crear en el espacio esos elevados caminos invisibles como
nudos de autopistas por los que se va moviendo la comida, sin pedir permiso, sin
preocuparnos por las gotas que vayan cayendo.
Esa exuberancia de platos nos exige
sea el capricho el que mande, fijando su atención de un plato en otro, como
esos perros que hace un rato, sujetos a las correas de sus dueños, veían un
desfile de bicicletas, patinadores, paseantes, carritos de niños y coches
teledirigidos deseando salir corriendo detrás de todo.
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