Las botas de
Calvin : Tal vez sean las propias botas de Daniel las que le obliguen a meterse
en todos los charcos que nos encontramos en el camino. En la literatura
infantil hay casos de prendas que mandan y cuerpos que obedecen y, al fin y al
cabo, a éstas las fabricaron para situaciones así. Poco puede hacer la voluntad
cuando son los pies los que gobiernan.
Solo mirándolo así puedo entender que
justo cuando se encuentra en mitad de cada charco Daniel vuelva a preguntarme si María se
enfadará al ver las botas mojadas y los pantalones empapados. Le digo que no lo
sé para no estropearle la diversión, aunque la respuesta debería ser otra.
Mis botas no son de raza. A saber
con qué fines las crearon. El agua las asusta y ponen mala cara con el barro.
Camino por la zona más elevada, junto a la alambrada que nos separa de unas
vacas a las que hace poco han echado de comer.
Daniel sale de un charco y vuelve a
meterse en otro con una determinación de tanque avanzando. Otro gran charco.
Vuelve a pararse en la mitad para hacerme de nuevo la pregunta. Mi respuesta sigue
siendo la misma, pero debe ser que esta vez tampoco resulto convincente. Daniel
se fija en las ondas que levanta en la superficie naranja.
Estamos dentro de una tira cómica.
Calvin hoy tiene el rostro de Javier y yo soy un Hobbes algo distante, un tanto
separado de todo aquello en lo que Calvin siempre se mete de cabeza.
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