Un balón frío : El día se ha quedado en
esta tarde fría. Los tres amigos bajan con el balón a jugar un rato porque era
uno de los puntos que tenían en esa lista que me recitan en el coche. Tantas
cosas en tan poco tiempo: pero esa bolsa de deseos a punto de explotar es lo
que define su amistad. Cuando cogen el balón no parecen muy convencidos, pero
la lista es la lista.
En el cielo, el atardecer ofrece
una mezcla de colores que pronto inundará twitter. Yo también hago unas cuantas
porque, a falta de otra forma de reconocimiento, nos hemos quedado con la
básica de la fotografía. El sol se va poniendo poco a poco, como si se adaptara
al ritmo de los tres amigos, haciendo todo lo posible por llegar al último
punto de la lista.
Ya hemos ido al cine, ya han tirado
las palomitas, ya se han enseñado todo lo que se han traído en sus mochilas
para pasar la noche, ya se han enseñado cómo hacer aparecer un helicóptero en
GTA y cómo asesinar sigilosamente con un cuchillo, ya se han repartido las
camas. Ahora son los únicos niños jugando porque la tarde parece haberse
llevado el color y el calor para combinarlos en ese ejercicio creativo con las
nubes con el que quiere cerrar el día.
Me meto en casa. A los pocos
minutos llaman a la puerta. Suben contentos, como si haber hecho algo que, llegado
el momento, no les apetecía, hubiera sido una buena prueba para el grupo. Dejan
el balón en el salón y deciden que ahora pasan del GTA a jugar con los Lego. Ya
llegan las risas por el pasillo, unas sobre otras, como esas tortugas recién
nacidas que, corriendo por la arena, buscan el mar.
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