La caja de las manualidades : Me asomo
a la blosa de los dulces en la mesa de la cocina. La misma impresión que tenía
al abrir su caja la caja de las manualidades y descubrir que todas los botes de
pintura estaban secos con las tapas pegadas . Me como un par de ellos. Siempre
pasa igual: el placer de estas chucherías está en el paseo por la tienda, con
la pala de plástico en la mano y la bolsa en la otra como un arqueólogo del
azúcar, dejándote llevar por la mirada, que es la que verdaderamente disfruta
aquí. Todo está pensado para que los ojos vayan picando de una celda de
plástico a otra. Y así debe ser porque la mirada no se llena, no se cansa,
siempre quiere más. Es ella la que te dice : aquí, y esto, y por aquí, y de
éste, y vuelve atrás. Y vas llenando la bolsa dejando que la lengua se dedique
a anticipar los distintos sabores, pensando que lo haces todo por ella. Pero
tan pronto sales a la calle y abres la bolsa aprendes que las chucherías solo
pueden vivir en la tienda y que, al sacarlas de ella, como con muchos otros
objetos, se van muriendo lentamente. Hay tiendas que conviene recorrer como un
museo, con las manos en los bolsillos. Algo de esto también les debe pasar a
los mellizos porque apenas le hacen caso a los dulces. Me como otro más.
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