No nos importa si sale cara o cruz : El
dependiente parece contento de estar sirviendo en una bandeja dos colacaos, un
cruasán, un sándwich de pollo al curry y en la otra dos cafés. Cuando me gira
el terminal para que introduzca la clave de la tarjeta, lo que me gustaría es
teclearle la pregunta de cómo lo hace. Solo con un esfuerzo meramente
profesional no llegaría a este nivel. Pero lo que hago es presionar los cuatro
números que me permiten marcharme con las bandejas.
Parece que el acontecimiento de la
merienda va a ser la discusión de si el pequeño trozo que le falta al sándwich de
Daniel se debe a un bocado que le haya dado alguien. Claro que tenemos grandes
temas que tratar: el trabajo, sin ir más lejos, con una situación de tesorería
que nos obliga a consultar continuamente la cuenta del banco con la inevitable tensión
del responsable del radar de un submarino que cruzara un bloqueo enemigo. Temas
graves nos sobran. A patadas. Pero hemos venido a merendar para celebrar, sobre
todo, lo insignificante y tratar de descubrir lo que esconde de relevante,
admitido ya que lo aceptado como relevante por los titulares tiene dentro la
semilla de lo intrascendente.
Puede ser, efectivamente, un
pequeño mordisco. O, simplemente, un fallo de la máquina al preparar el sándwich.
Hay argumentos a favor y otros en contra que nos vamos intercambiando sabiendo
todos que Daniel se lo va a comer de todas formas. Apostamos sin fichas.
Lanzamos la moneda al aire sin preocuparnos de si sale cara o cruz o si rueda
hasta perderse debajo de alguna mesa.
Entonces Lucía, que ha estado
callada comiéndose su cruasán, acerca los labios a su colacao y sopla. La
superficie se agita. Vuelve a soplar. Es a ese gesto al que debería haber
apostado toda la tarde y, de alguna manera, el dependiente lo sabía.
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